Entre las numerosas cuestiones que preocupan a la familia humana, hay tres que merecerían una consideración prioritaria: la lucha contra la pobreza, el cuidado del planeta y la disminución de las desigualdades. Supusimos que la globalización llevaría a reducir la pobreza y la desigualdad y, sin embargo, estas variables no han dejado de aumentar durante las últimas décadas.

La realidad es que, según Naciones Unidas, 1.300 millones de personas son indigentes, pobres, en el sentido más estricto de la palabra y de manera severa, porque no tienen ingresos o carecen de acceso a agua potable, alimentos suficientes o electricidad. El 10% de la población mundial, es decir, 736 millones de seres humanos, sobreviven cada día con menos de 1,90 dólares. África subsahariana y Asia meridional son las zonas más castigadas. Estos no son números, son personas.

En cuanto al estado natural de nuestro planeta, la situación es crítica desde muchos puntos de vista. Los expertos calculan que nuestra Tierra tiene delante apenas diez años para salir de una situación de inflexión ambiental, situación a partir de la cual el daño ya será irreversible. Las actividades humanas han ido aumentando sustancialmente las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera. La quema, por ejemplo, de combustibles fósiles genera una gran emisión de dióxido de carbono, lo que provoca un exceso de temperatura global que, junto a otras causas, tiene como consecuencia el conocido cambio climático. Por todo ello, el pretender reducir drásticamente las emisiones contaminantes de CO2 o limitar la utilización de combustibles fósiles no es producto de una moda, es una necesidad ya muy urgente. Para tener una idea concreta de la gravedad de las emisiones contaminantes, baste decir que hoy son 130% mayores a las del año 1971. Esta degradación del planeta provoca consecuencias en el estado de pobreza de parte de la familia humana. Por poner un solo ejemplo, el huracán María, derivado según estudios actuales también del cambio climático, fue extremadamente dañino para Puerto Rico, donde destruyó más de 50 mil viviendas, dañó más de 400 mil y causó más de 3.000 muertes. Esto provocó, a su vez, una ola migratoria, la más grande en la historia del Caribe, calculada en 100 mil personas, agravando así el empobrecimiento de esa parte de la humanidad.

En cuanto a las desigualdades, la realidad es que los más ricos son cada vez más ricos y los más pobres son cada vez más pobres. Un estudio leído en estos días evidencia cómo los países con mayores desigualdades económicas tienen también mayores problemas de salud mental y drogadicción, menores niveles de salud física y mental, menor esperanza de vida, peor rendimiento escolar y mayores índices de embarazos juveniles no deseados. Pero no hablamos solo de desigualdades económicas, hablamos también de desigualdad entre sexos, desigualdad jurídica, desigualdad informativa, educativa…

Tenemos muchos desafíos antes de 2030, y estos tres deben ser considerados prioritarios. De todos y de cada uno depende el estado en que dejemos la Tierra para nuestros hijos, conscientes todos de que nos la han dado en préstamo, para que la puedan seguir disfrutando los que vienen después de nosotros. La Tierra es nuestra Casa Común. No lo olvidemos. Los problemas del Cuerno de África, o de los vecinos de un barrio periférico y pobre de cualquier ciudad andaluza, son también problemas nuestros. No miremos para otro lado solo por haber tenido la fortuna de nacer en una zona del mundo estable, desarrollada y en paz.

Manuel Bellido

por @mbellido

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