Existen dos tipos de empresas en Andalucía. El primero afortunadamente, y es la mayoría, tiene una constitución sana y llena de vigor, que empuja el carro de nuestra economía y está proyectando en el exterior la imagen de un tejido empresarial decidido e innovador como el que hemos visto en la última asamblea de la CEA. El segundo está lleno de achaques, síndromes, virus y actitudes poco emprendedoras.

Una de las enfermedades de las que se resiente más ese grupo de empresas es el síndrome de la espera, que es una especie de inmovilismo pegajoso que desde hace muchos años se manifiesta en muchos rincones de nuestra geografía. Se vive entre prórrogas y aplazamientos esperando que el futuro sea mejor para acometer nuevos planes. El efecto que se produce en la economía es evidente y las consecuencias negativas se trasvasan al mercado de trabajo: el crecimiento de la ocupación laboral se sigue limitando a una contratación de carácter atípico, por temporadas, colaboraciones, asunciones a tiempo parcial, etc. Siempre se encuentran excusas para no crecer: ahora la culpa la tiene la incertidumbre por la crisis de Irak, mañana será otra causa. El caso es que se volverán a posponer proyectos, inversiones y aumentos de plantillas para tiempos mejores. La espera está servida provocando que la economía andaluza siga alejada de la convergencia, sobre todo en renta por habitante y empleo.

Un virus no menos peligroso que ataca a estas empresas es el victimismo andaluz. Nuestros males se achacan siempre a la Administración, en este caso al Gobierno de la nación, que no da a los andaluces los mismos recursos que al resto de las comunidades autónomas. Aquí se junta el hambre con las ganas de comer.

Otro de los achaques es la actitud poco audaz a la hora de invertir. En un reciente sondeo que hemos realizado entre los empresarios de las ocho provincias sobre el capítulo de inversiones en sus empresas el resultado era francamente poco esperanzador. Las inversiones destinadas a la diversificación, a la investigación y al desarrollo se reducían “al mínimo indispensable” y los esfuerzos de la mayor parte de las empresas consultadas estaban orientados hacia el recorte de gastos para conseguir balances cada vez más resistentes en vistas de posibles empeoramientos del mercado. Un talante ciertamente poco emprendedor y más bien conformista.

Y no es sólo una cuestión psicológica derivada de la guerra, ya que, aunque admitamos un cuadro de mejora en el mercado internacional, es fácil prever que el humor de este sector de empresarios andaluces seguiría esperanzado en sus declaraciones, (¡en todas las encuestas aparecemos como los más optimistas de Europa!) pero cortos en resultados.

Si a estos síntomas añadimos otras causas estructurales típicas de nuestra débil economía, como la difícil recolocación de la producción en el comercio mundial y los pasos inciertos que se siguen dando en las reformas del mercado de trabajo, algunas empresas van a necesitar antibióticos de audacia y de constancia.

El tejido empresarial andaluz necesita adquirir más velocidad en los planteamientos y en la acción si queremos alcanzar avances sustanciales en nuestra economía. No olvidemos que no es el grande el que se come al pequeño, sino el rápido el que se come al lento.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com