El esfuerzo por dominar la naturaleza siempre ha sido un objetivo del ser humano y en modo especial a partir de la era moderna. En este camino, la mayor disponibilidad energética que el hombre ha desentrañado de la naturaleza dominada ha ido abriendo el despliegue de una época ligada a grandes desarrollos industriales dependientes casi en su totalidad de combustibles fósiles. Este proceso, al igual que la misma industrialización derivada de la extracción de los minerales acumulados en el suelo y subsuelo, no es una actuación inocua, sin repercusiones. El desarrollo industrial ha producido y produce efectos colaterales de todos los tamaños. La contaminación provocada por la emisión de sustancias nocivas, tóxicas o peligrosas liberadas al medio y que se van acumulando en agua, aire, suelo y en los alimentos de todos los seres vivos, es una realidad que ha ido avanzando conforme crecía la industrialización. La quema de combustibles fósiles ha influido principalmente sobre la emisión de CO2 y con la ayuda de otros gases ha contribuido a amplificar el efecto invernadero natural. Estas actuaciones del ser humano, realizadas casi sin control por desconocimiento de las consecuencias o por falta de conciencia ética, han producido un fenómeno en escala global y persistente en el tiempo como es el cambio climático, un fenómeno que nos afecta de cerca a todos nosotros y a las próximas generaciones. Todo esto exige una toma de conciencia sobre la vida en el planeta que habitamos, quizás un cambio de mentalidad y una forma nueva de pensar que sea de amplia mirada y a largo plazo, aunque vivamos en un mundo guiado por los impulsos precipitados.

La pregunta que hoy nos hacemos, después de considerar la urgencia de llevar a cabo una reducción drástica de emisiones, es si será posible mantener la expectativa de elevar el nivel de vida para todos los países del mundo y para los nueve mil millones de habitantes que seremos en 2050. Actualmente, unos 2.000 millones de personas no tienen acceso a la electricidad; considerando que eso queremos cambiarlo y que el 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen de la generación y uso de energía para electricidad, transporte e industria. Los interrogativos aumentan y la desesperanza probablemente también. Llevar la electricidad a más personas y empresas y disminuir al mismo tiempo las emisiones a un tercio del nivel actual y con ello estabilizar el clima, sigue siendo tarea de titanes.

¿Qué futuro les espera a nuestros nietos en un planeta cada vez más recalentado? ¿Cómo podremos reducir los más de 6.000 millones de toneladas de CO2 que la humanidad emite actualmente cada año a través de la quema de combustibles fósiles? ¿Qué pueden hacer las empresas? ¿Qué podemos hacer a título personal? No hay una única solución, aunque todos tengamos la vista puesta en las nuevas tecnologías como remedio a todos los males, y a este también. De hecho, el sector tradicional de energía está sufriendo una disrupción total gracias a las nuevas tecnologías. La “disrupción limpia” es la confluencia de energías renovables, vehículos eléctricos, coches autónomos y redes distribuidas para la transmisión eléctrica, lo que nos llevará a un escenario de energías principalmente solares, eólicas y geotérmicas.

Sin embargo, para lograr una economía baja en carbono es necesario no sólo un despliegue masivo de estas tecnologías exponenciales y de la “disrupción limpia”; se necesita que toda la sociedad se conciencie y se ponga en marcha. Es preciso que las empresas asuman este objetivo y lo incorporen en sus estrategias. Es preciso que, desde las Administraciones Públicas, se incentive la eficiencia energética mediante la capacidad de producir los mismos bienes y servicios con menor consumo de energía. A título personal, tendremos que ir más allá de los buenos propósitos y ser coherentes con lo que predicamos no cogiendo el coche si no es imprescindible, controlando el consumo energético para la climatización de nuestras casas y oficinas o simplemente reemplazando las incandescentes tradicionales por bombillas LED.

No perdamos la esperanza. Los esfuerzos que realicemos cada día y en la próxima década, los acuerdos que logren los estados a nivel internacional y el cambio hacia lo sostenible de las empresas darán frutos si persistimos.

Manuel Bellido

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