A menudo, esa política débil y vacía de vocación de servicio, o esa política enferma de corrupción sumada a las amenazas del terrorismo, al hambre en demasiados lugares del Planeta, a las guerras y a las desigualdades entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, nos hacen perder de vista el camino irreversible hacia la unidad de las regiones, de los pueblos y de las naciones, en la riqueza de sus diversidades. Distintos indicadores ponen de manifiesto que los seres humanos se acercan entre ellos, que las sociedades se aproximan recíprocamente, que los fragmentos del mundo se buscan mutuamente, a pesar de nacionalismos, separatismos y enfrentamientos ideológicos. Varios indicadores señalan que los nuevos desafíos que hoy tiene la humanidad sólo se pueden afrontar esperanzadoramente si se hacen desde la unidad y desde el diálogo. Para afrontar este nuevo camino, no basta sentir un vago sentimiento de proximidad con otros seres, con otros pueblos basado en el buenismo o en un mero sentimentalismo carente de autocrítica. Es necesario abandonar como proyección política la corta y mezquina defensa partidista de unas siglas, los chauvinismos narcisistas, los populismos demagógicos o los exacerbados egocentrismos con sed de poder. Es tiempo de diálogo y unidad.

Hacer política en esta era global y exponencial, con la mirada puesta en el necesario bien común, requiere reconocer y asumir como sujeto político no el interés propio, sino la entera sociedad, ampliando horizontes. Me viene a la mente un pensamiento de Rudolf von Jhering, jurista alemán del siglo XIX: “Hay dos tipos de políticas: una que mira lejos y una que mira cerca. Solamente la primera merece el nombre de política en el verdadero sentido de la palabra. Definida brevemente, la política verdadera es la visión del interés lejano”. Este interés lejano es una especie de trampolín que nos ayuda a abandonar los intereses personales y los intereses de partido, enfocando la acción al bien común de la sociedad.

España lleva meses viviendo en el desconcierto. Pensemos en los “noes” difícilmente comprensibles de Pedro Sánchez que no solamente paralizan la vida política del país, sino que están también paralizando a su propio partido, atrapado entre la voluntad del actual líder de resistir a cualquier precio al frente de la secretaria general y el miedo de los barones disconformes a plantarle batalla. Y este es sólo un ejemplo que demuestra como nuestros políticos siguen sin dar la talla. Lo que necesita España es abrir un diálogo político competente que, respetando las diversas visiones y posiciones, haga, al mismo tiempo, que la política sea sede de comprensión y de escucha que produzca decisiones compartidas.

Es urgente también promover la cultura de la participación para que en las ciudades, en los estados y a nivel internacional, las decisiones políticas sean el resultado de valores, ideas y resoluciones maduras, con sus apropiados recorridos deliberativos dentro de cada una de las comunidades.

La humanidad está abocada a una de las transformaciones más grandes de la historia. Estamos ante la transición de una sociedad organizada sobre la base de jerarquías a una organización basada en redes descentralizadas. Esta transición crea oportunidades sin precedentes para la potenciación de la evolución humana. Es un cambio perturbador, poderoso e irreversible que los políticos no pueden ignorar. Los políticos no pueden desdeñar ni prescindir de este nuevo camino hacia la sociedad horizontal y, por tanto, tendrán que comprender el significado de los resultados de las urnas, asumir la incapacidad de la tradicional organización jerárquica de la sociedad para afrontar los retos de los nuevos tiempos y hacer que el diálogo presida toda acción política: inversiones, estudios, aumento del bienestar, legislación social y todas aquellas contribuciones que se puedan hacer al bien común. La política española necesita curarse de este sarampión de más de 300 días, generar confianza y hacer que los exponentes políticos antepongan a su éxito personal la responsabilidad social y una mirada amplia y generosa sobre el bien común.

Manuel Bellido

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