Que demasiada política que hoy se exhibe en nuestro país tenga mucho de demagogia, lo sabemos todos.  Algunos no suelen perder nunca la ocasión de hacer un guiño al pueblo llano exigiendo impuestos más altos para los ricos, denunciando los privilegios de las grandes empresas, demonizando la parte que los contribuyentes dan a través de su declaración de la renta a la Iglesia, pintando a los empresarios de déspotas y explotadores y ofreciendo un bienestar idílico de café para todos no anclado a la realidad que lo único que produce son titulares en la prensa. Algunos que van por la vida de Robin Hood querrían hacernos creer que tienen una máquina multicopista de hacer dinero y que con solo darle al botón la máquina escupirá fajos de billetes para hacer lo que se quiera. En contraste con todo esto, me han llamado la atención las palabras que hace unos días pronunciaba la tan cuestionada Angela Merkel: «ya no vale asegurar el bienestar a base de deudas«, subrayando que los países de la zona del euro deben incrementar su competitividad si desean lo mejor para sus ciudadanos. Ha dado en la tecla usando la palabra competitividad.  Muchos siguen pensando que sin dar un palo al agua y sin esfuerzo, sin entrar en la competitividad, se tiene derecho a obtener el oro y el moro. Merkel hablaba de construir un continente de alto rendimiento, para que en el futuro se pueda ofrecer un alto bienestar a sus ciudadanos. El discurso es coherente porque introduce el concepto de esfuerzo y porque  las políticas a medio y a largo plazo son las que dan resultados.

La competitividad no es un concepto que hace solo referencia a la capacidad de las empresas para producir bienes y servicios de forma eficiente. Es un concepto aplicable también a las Administraciones Públicas sea  a nivel de las políticas nacionales de desarrollo socio-económico, que a nivel de administraciones regionales y locales. Un país competitivo es el que es capaz de integrarse en la globalización generando confianza, ofreciendo a sus empresarios las pistas necesarias para tomar sus decisiones estratégicas y de inversión, un país que apuesta por la educación de excelencia y la investigación, mantiene y hace crecer el nivel de vida de sus ciudadanos.  Para ser competitivos es necesario reformar aceptando que todo cambia, que hay que ofrecer soluciones y no acusaciones ni demagogia, sustituir lo que no funciona y deshacerse de lo que es un lastre. Las reformas pueden ser dolorosas en el primer momento de la aplicación pero a largo plazo serán un bien para todos. Merkel en ese mismo discurso añadía: «En el fondo se trata de que cada país solo puede vivir de aquello que economiza. Cada país necesita una economía competitiva, una base industrial, grande o pequeña. El bienestar a crédito ya no funciona y esto debe quedar claro para todos».

El camino que hay que recorrer no tiene vuelta de hoja, hay que realizar reformas, eliminar gasto público y, al mismo tiempo, disminuir las cargas fiscales. Todo el resto es echar gasolina al fuego de la crisis de esta realidad que no cambia por efecto de palabras mágicas, sino gracias al esfuerzo.

Sobran los discursos políticamente correctos  y  los demagógicos populistas. Ambos hacen daño por sus contradicciones. No se puede servir al mismo tiempo al ecologismo, al altruismo, al progresismo,  al modernismo, al intervencionismo, al idealismo, al anarquismo, al colectivismo, al estatismo, al justicialismo… y a muchos otros «ismos»  que casi siempre entran en conflicto unos con otros. Y en cuanto a los discursos políticamente correctos, por muy basados que estén en la buena educación  para intentar no ofender a nadie, terminan por hacer daño a todos por la falta de claridad y de definición de objetivos. La política debe dejar de ser una carrera desenfrenada vuelta a abatir al contrario para encaramarse al poder y convertirse en un quehacer ordenado al bien común.

Manuel Bellido

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por @mbellido

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