Aunque el Gobierno de España se esfuerce en hacernos ignorar los muertos y el dolor que está produciendo la pandemia, hay muchas personas que conocemos, con familiares en el hospital o enfermos en cuarentena o habiendo tenido que afrontar el duelo por un ser querido, que nos los recuerdan. Aunque los aplausos en los balcones de todas las tardes, se hayan convertido en algunos casos, en jolgorios para olvidar, y aunque la cultura del consumo nos estuviera conduciendo en los últimos años por caminos que ignoraban el dolor y la muerte, están más que nunca presentes en nuestras vidas. Un virus, de repente, nos desnuda, evidenciando nuestra fragilidad y nuestra impotencia, introduciéndonos en un drama en el que, sin quererlo, somos protagonistas y con la imposibilidad de eludir la crueldad de un enemigo invisible.
La ansiedad y el miedo son inevitables porque son las formas en que el dolor sacude el alma y la mente, para transformarse en ira o en resignación desesperada. El miedo a la muerte está en el origen del mal que envenena la vida. Sin embargo, la fe en una vida que continúa más allá del umbral fatal es la base de la esperanza, del coraje y de la misericordia, es la base para recomenzar.
Es un tiempo que nos invita a recomenzar, poniendo los pies en el suelo y los ojos en el Cielo. Sobran los eslóganes y las exhortaciones a una solidaridad hecha de sonrisas empalagosas, caricias de emoticones y palmaditas en las espaldas. El momento histórico es una oportunidad para la coherencia que espera mucho más de nosotros, espera que nos demos razones que ayuden a aceptar y a vivir lo que está sucediendo con madurez, espera que nos demos razones serias para esperar, que seamos capaces de abrir horizontes diferentes y ciertos, porque el muro sobre el que se estaban proyectado los delirios de grandeza de nuestra época se ha derrumbado revelando una penosa oscuridad y vacío.
Es tiempo de fe y es precisamente por esta fe, que podemos vencer la muerte. Me vienen a la mente las palabras desafiantes de Pablo ya usadas por los Profetas: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?