Cada vez que salta un nuevo caso de corrupción a los medios de comunicación, siempre me hago la misma pregunta: ¿Somos poco exigentes los ciudadanos? A este propósito he sostenido a menudo que es muy sano vivir con una cierta insatisfacción con respecto al funcionamiento de nuestras democracias, sea como ciudadanos de algún Estado  que como ciudadanos del mundo, o por denominarnos de otra manera, inquilinos del planeta. Es saludable  vivir con una cierta insatisfacción y las razones derivan de ese racimo de principios, promesas e ideales que constituyen el núcleo normativo de la tradición democrática. Reflexionar sobre democracia  es tarea compleja  y, aún más,  cuando no decidimos a recapacitar sobre el concepto de democracia, un término que para algunos es diáfano y para otros, terriblemente vago. Un anciano profesor me dijo una vez que la democracia era un extraño objeto es busca de teoría. Lo cierto es que si la consideramos como un conjunto de instituciones, procedimientos y reglas para la vida pública, nos ponemos de frente a un mosaico hecho de muchas piezas diferentes. Si la consideramos como un conjunto de principios, ideales y valores, la impresión de que es un puzle se refuerza aún más. En realidad, las democracias actuales, no han bajado del cielo milagrosamente, todas derivan de complicadas evoluciones; de una especie de bricolaje, de compromisos entre intereses, valores y principios alternativos y, a veces, rivales. Es también una especie de compuesto químico inestable consistente en la mezcla de liberalismo y socialismo. La sustancia de este consomé podría ser, la idea de que los derechos y deberes son  iguales para toda la ciudadanía, reforzado por el denominado individualismo ético, es decir, una persona, un voto y por otra parte la idea del pluralismo o como muchos llaman, el arte de la separación; un ejercicio clásicamente liberal. El individualismo constriñe a que las decisiones colectivas correspondan a las decisiones individuales y cada cual cuente por uno, no por más de uno ni por menos de uno. El pluralismo necesita que el mapa de la sociedad esté compuesto por arenas y esferas sociales diferentes, (mercados, universidad, iglesias, etc.) y que la política sea una esfera muy importante pero dotada de confines como las otras. Sin embargo, en algunas sociedades parece que la política lo invada todo y trate de eliminar esos límites entre esferas sociales, haciendo que desaparezcan e irrumpiendo al mismo tiempo en todos los ámbitos sin permitir que en último término sea cada persona o cada familia a tomar decisiones para su vida personal cotidiana.  Me refiero a cosas tan sencillas, y que no vayan contra ninguna ley, ni constitucional, ni natural, etc.,   como el permitir o no que una familia decida en que lengua estudie su hijo, en que lengua rotular el letrero de su tienda, etc.

Otro obstáculo al pluralismo es  la rigidez organizativa que deriva del querer controlarlo todo desde la política, y cuando los recursos organizativos y económicos se convierten exclusivamente en recursos político con el riego de que se erosione leve o gravemente  el interés general.  Es útil preguntarnos de vez en cuando, que entendemos por democracia,  como es la nuestra, como la percibimos y como la vivimos. Con estas notas solamente pretendía avivar una reflexión. Dejo a los gurús, profetas y sabios del lugar diagnosticar los pasos que la nuestra debe dar para su progreso. Lo que sí espero es que pronto llegue el momento, y creo que sería un buen signo de progreso,  que los ciudadanos estemos más pendiente de las mentes y no de los bolsillos de los que nos gobiernan.

por @mbellido

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