Desde  que cayó el «Muro de la vergüenza» (Schandmauer) en 1989  hasta nuestros días  el escenario político y económico  ha ido cambiando en el mundo a un ritmo vertiginoso. Han sido años donde todo tipo de acontecimientos,  como los atentados terroristas,  han sacudido no solo la estabilidad de ciertas regiones sino de todo el planeta. ¿Quién no recuerda las consecuencias de los atentados terroristas de  Argentina en 1992, de Estados Unidos en 1995, de Sri Lanka en 1996, de Tanzania y Nairobi, Kenia en  1998, de Rusia 1999, del que volvió a sacudir  a Estados Unidos y al mundo occidental en 2001, de Indonesia en 2002, o del que sufrimos en España en 2004? Los efectos del terrorismo y de las guerras han ido marcando cambios  muy profundos en la esfera internacional, haciendo patente la estrecha interconexión  que se ha instaurado entre las distintas aéreas del mundo. Hay un hecho cierto: la sociedad actual global está condenada a afrontar los mismos riesgos y no solo aquellos que provienen del terrorismo o de los conflictos bélicos. Ciertos peligros ya no respetan fronteras: crisis políticas, económicas y financieras, virus como el del ébola o del SIDA, consecuencias del cambio climático…. De lo que se deduce que si se quiere afrontar con un mínimo de garantía todos estos problemas globales hay que hacerlo unidos. La política si quiere estar a la altura de las grandes transformaciones que avanzan sin pausa en nuestra frágil Tierra, no puede permitirse el lujo de pensarse, gestionarse  y aplicarse en un contexto local y ni siquiera nacional. Hoy más que nunca se necesitan grandes alianzas inclusivas y potentes que vayan más allá incluso de las necesarias asociaciones militares y económicas.

Ante este panorama que grita a voces la necesidad de una paz y una unidad universal resulta ridícula que algunos sigan mirándose al ombligo, a sabiendas que los nacionalismos, independentismo y sus consecuentes  rupturas no traen por sí solas mejoras sustanciales. Tenemos todos que reeducarnos y comenzar a pensar y actuar en consonancia con los cambios que se producen, ajustando el rumbo para evitar la “decadencia”.  Se necesita una fuerza espiritual que pueda servir de elemento de unificación. Una fuerza que supere al actual disgregante  modelo hedonístico. Una fuerza que no
puede ser otra que la de la solidaridad. Sería la mejor base para un nuevo proyecto político internacional.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com