El circo está indisolublemente unido a mi infancia. Mi padre me llevaba todos los años a ver el espectáculo cuando los carromatos cargados de animales y decorados llegaban a Jerez en primavera y se instalaban en la feria. El domador era uno de mis héroes preferidos. Por su jaula desfilaban animales salvajes de todo tipo que en mi corta imaginación eran criaturas sin alma que podían matar. El genio del domador era capaz de seducir a estas bestias y doblegarlas. Era un drama que siempre terminaba bien pero yo nunca imaginaba el desenlace. Con el corazón en vilo observaba los cuadros simultáneos que transcurrían en aquella pista de Circo sin saber que años más tarde encontraría en esos recuerdos la reproducción simbólica de lo que hoy a menudo encontramos en TV, en los denominados programas del corazón dedicados a la crónica rosa y social. Un presentador- domador va moderando la intervención de una serie de personajes que entremezclan zarpazos, monerías o falsas perfecciones lacrimógenas. Estos programas hoy arrasan como ayer arrasaba el circo. Previo pago desgranan los secretos más vergonzosos de los famosos y famosillos y ofrecen con sus tertulias y sus duelos entre personajes una magia con efectos similares a los que, en una época pasada, producía el circo, pero sin la justificación y la ingenuidad teatral que aquel espectáculo tenía. Deshumanización, manipulación, desenfreno de pasiones, impulsos instintivos y destellos ácidos.
Leonardo Da Vinci decía: “Verdaderamente, el hombre es el rey de los animales, pues su brutalidad supera a la de éstos”. Ayer estuve viendo un rato uno de estos programas y su brutalidad me asustó. Me sentía mitad afligido, mitad preocupado, tratando de proteger mi sensibilidad de la violencia que el ambiente en el plató generaba. Mi amiga Françoise Gall, crítica de arte, me comentaba hace tiempo mientras observábamos “El maestro de ceremonias, en el circo Fernando” que Toulouse-Lautrec también tuvo la oportunidad de representar una de las atracciones que más llamaron su atención a lo largo de su vida. El refugio en el circo para huir de los problemas será una constante para él y para otros artistas de su época. De hecho el circo fue uno de los asuntos más recurrentes de los pintores vanguardistas que recreaban en los cuadros su aspecto más peligroso y arbitrario. Ayer, mientras observaba ese programa de TV, me resonaba la frase de Françoise: “…el refugio en el circo para huir de los problemas…” Puede ser que el hecho de estar pendientes de los problemas de otras personas, si además son escandalosos, haga olvidar los problemas que uno mismo tiene. Magia de circo.
En la imagen EL CIRCO de Georges Seurat.

por @mbellido

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