Diciembre, yo y el mar. Vuelvo a este mar que me vio crecer. Vuelvo a esa playa donde la arena era entonces horizonte, dunas y verdes pinos. Hoy cemento. El cielo se ha vuelto blanco y abstracto, llueve y el viento sopla y resopla desde su alma profunda. Nube o bruma, algo húmedo me envuelve mientras las olas me escupen burbujeantes pizcas de rocío salado. Si, huele a sal y perfuma el aire. Un encaje de espuma blanca moja mis pies descalzos sobre la orilla. Al fondo la silueta de una nave recorta el cielo como el tridente de Neptuno emergiendo desde sus moradas. La arena atesora huellas, habrán sido enamorados distraídos que en lugar de mirar lejos se comían con los ojos mientras buscaban cobijo a su amor. El sol quiere perforar las nubes y un rayo se cuela por un instante pintando de oro el cielo.
Yo aprovecho ese instante para atrapar un deseo intenso. Alargo los brazos fingiendo que sean alas e intento volar hacia otras colinas. Era el juego con el que mi padre me hacía soñar y que un día se transformo para él en realidad subiéndolo como una cometa al tejado límpido del cielo. Los recuerdos vienen del mar y esas olas se rompen en la memoria. Una bandada de gaviotas interrumpe mis pensamientos y el aire se llena de impaciencia. La conciencia zozobra entre el riesgo y el miedo por no saber volar en este cielo y querer siempre volar en otro. No saber querer lo que tengo y no saber no querer lo que no tengo. Se ha puesto a llover y huyo cabalgando en mis palabras. Mastico el aliento y lo hundo en mi garganta para olvidar el hambre y la sed que me acompaña, acaricio un corazón en la lejanía, suave sendero donde dirijo esta mirada.

por @mbellido

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