Eduardo tiene cincuenta y ocho años, es argentino, trabaja en una empresa de Recursos Humanos y trabajo temporal en Barcelona. La cita con él es en el aeropuerto. Comeremos juntos antes de la salida de su vuelo. Mientras espero miro a mí alrededor. No me canso nunca de mirar a la gente que inunda estos sitios de paso. Trato de imaginar qué historia se esconde detrás de cada rostro. De pronto, me llama la atención un chiquillo de pocos años que se suelta de la mano de la madre y corretea hasta la puerta de cristales que nos separa de la sala de recogida de equipaje. Del otro lado un hombre joven lo saluda. Será el padre. Lo coge en brazos y mi sensación es de que no es el padre el que lleva al hijo, sino el hijo el que lleva al padre. Su rostro infantil refleja el triunfo del amor. En mi vida he pisado muchos aeropuertos y en las horas de espera he visto encuentros como este entre personas y se han quedado en mi memoria. Novios esperando la llegada de su amada con una botella de cava en las manos, abuelos emocionados ante la llegada de esos nietos nacidos en lugares lejanos y que nunca habían conocido, besos apasionados, besos amigos, lágrimas, sonrisas, abrazos, manos que se estrechaban, gestos de afecto, flores que se ofrecían… También he visto esperas tensas, esperas de soledad, manos que pasaban las páginas de una revista con mecánico dolor, ojos que se alzaban intermitentes de las páginas de un libro utilizado solo para enmascarar y disimular emociones. Hoy llegaban al aeropuerto un grupo de médicos y enfermeros de vuelta de Haití, rostros cansados y miradas repletas de dolor, he visto monjas, africanas con trajes exóticos, militares, extranjeros con ojos perdidos.
La cafetería tiene poca oferta, un Self Services con bocadillos ensaladas o dulces, y encima no hay donde sentarse. Eduardo me cuenta del reciente accidente automovilístico que ha tenido su mujer. Afortunadamente se recupera en el hospital de unas pocas costillas rotas y algún que otro traumatismo. Mientras tomamos el café, inunda nuestro limitado espacio vital una clase entera de chavales que alborotan y elevan el nivel de ruido que ya es casi insoportable en aquel rincón del aeropuerto. Saludo a Eduardo que se dirige seguro hacia las puertas de embarque. Mientras recorro aquel ambiente hasta la puerta de salida sigo observando escenas de emoción, de embarazo, de trepidación, de ansia, escenas de amor. Una pareja que se abraza me conmueve. El amor existe y si miramos a nuestro alrededor, si se busca, lo encontramos siempre y en cualquier lugar. También en un lugar como este, donde aparentemente todo el mundo se esfuerza en ser extraño, todos llevan dentro el deseo escondido de ser mirados, reconocidos y amados.

por @mbellido

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