Es una ciudad preciosa, su belleza es única en el mundo. Situada junto al Arno, durante el Renacimiento, vivió un periodo de oro artístico, cultural, político y comercial, fue el punto de referencia de los intelectuales y artistas más importantes de Europa.
Estos días he paseado por sus calles. Me he parado a contemplar dos des sus iglesias: Santa Maria Novella y el Duomo.
La Basílica de Santa Maria Novella fue edificada sobre una pequeña iglesia de monjes dominicanos, que habían llegado a Florencia alrededor del año 1200. Las obras empezaron en 1279 y terminaron a mediados del siglo XIV, aunque la fachada estuvo sin terminar hasta que Giovanni Rucellai, rico mercader florentino, la financió en 1458 y la construyó de mármol. El responsable del proyecto fue Leon Battista Alberti, que, respetando rigurosamente las proporciones geométricas, después de años de estudios matemáticos, realizó una elegante y armónica fachada. En el frontón de la fachada está escrito el nombre del mecenas y el símbolo de la familia Rucellai, una vela. A la izquierda de la iglesia, por la entrada del viejo museo, está el Museo de Santa Maria Novella.
La catedral, dedicada a la Virgen con el nombre de “Santa Maria del Fiore” (de la Flor), fue construida sobre la antigua catedral de Santa Reparata, que se había hecho pequeña para acoger a toda la ciudadanía. Esta obra maestra del gótico es la cuarta iglesia más grande del mundo, después de San Pedro en Roma, St. Paul en Londres y la catedral de Milán. La base de la Basílica tiene tres naves unidas a un enorme cimborrio que soporta la cúpula de Brunelleschi: la más grande que se ha construido de ladrillo.