Las felices casualidades del verano son, entre otras, encontrar a personas interesantes y compartir conversaciones amenas y enriquecedoras sin haberlo buscado. Conversaciones a veces breves mientras hacemos cola a la entrada de un museo o esperando que empiece un concierto, otras más largas en la cafetería de un hotel o mientras viajamos en tren. A menudo, esas conversaciones están condicionadas por el contexto o por las circunstancia y suele suceder que terminan girando hacia otros temas, como los políticos o económicos, por ejemplo.
Hay un dicho que afirma que la capacidad de hablar bien es el camino más corto hacia la distinción de una persona. Yo añadiría que también la capacidad de escuchar. Da gusto cuando el diálogo que se establece se compone de intercambios de silencios y de palabras, sean los interlocutores reservados o extrovertidos. Este verano, como casi todos los veranos, he tenido también la ocasión de encontrar a personas distintas a la que habitualmente trato por mi trabajo durante el año., personas de otras ciudades, otras nacionalidades, otras culturas, distintos niveles de formación y otras tendencias políticas. El resultado es siempre enriquecedor, como el que me produjo la conversación con un analista económico extranjero.
En otros tiempos, después de estos encuentros ocasionales, terminaba definiendo a los que habían sido mis interlocutores como «hombres cultos» y «menos cultos» Hoy prefiero distinguirlos entre personas con miradas atentas o miradas distraídas. Muchas personas manejan los mismos elementos culturales pero la lectura que hacen de la realidad es distinta, más profunda o superficial. Para algunos una pieza musical será la columna sonora de una película o de un spot publicitario, para otras será la obra de un autor clásico. Algunos juzgan a los políticos por su imagen «carismática», otros por su capacidad de gestión. Dicen que la mejor forma de comprobar el nivel cultural de una nación es analizando su televisión. La nuestra sigue sobre todo distrayendo y, por tanto, formando en los telespectadores «miradas distraídas».
La cultura española actual tiene mucho de apariencia, como he oído decir a un famoso sociólogo. A la hora de evaluar las declaraciones y las actuaciones políticas, muchos se dejan persuadir por el envoltorio y por el lenguaje, no por el contenido. En política la comunicación ha avanzado tanto que los partidos saben enmarcar con sus palabras la visión del mundo que tiene la gente y, a partir de ahí, tratan de convencer con el mismo lenguaje. Basta escoger bien las palabras. Sabemos que pueden tener trampa y arrastrar hacia visiones de la realidad que interesan a quien las usa. La gente piensa mediante marcos lingüísticos y para llevárselas al huerto en cuestiones claves basta con hacer encajar las ideas con lo que tienen en la sipnasis del cerebro. Llevamos dos años muy duros de crisis, cinco millones de parados, un déficit público sin precedentes, niveles de pobreza monumentales y, sin embargo, la sociedad civil es incapaz de movilizarse. Quizás desde el poder político hayan podido convencer a buena parte de la ciudadanía de que aquí no pasa nada, que lo importante es haber ganado el Mundial y que el mayor problema de España en estos momentos es arreglar lo del Estatuto Catalán. Algunas personas con las que hablé durante las vacaciones no piensan lo mismo. Incluso algún economista extranjero que conoce bien nuestro caso me preguntó si el Gobierno Andaluz iba a acometer algún plan urgente para paliar el gravísimo 28% de paro que se pronostica para finales de 2010. Lo dicho: hay miradas atentas y miradas distraídas.

por @mbellido

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