En una venta de carretera he parado al mediodía para comer algo. Volvía de  otra ciudad y ya era tarde. Aunque el local era bastante grande apenas quedaban mesas vacías. Con la impresión de caminar en medio de una especie de selva con infinidad de plantas, arbustos, matorrales,  vegetaciones,  boscajes y espesuras he logrado llegar a un rincón donde una mesa se acababa de quedar libre.

Tras el esfuerzo de atravesar la sala, logré sentarme y disponerme a ejercitar con paciencia la espera hasta que algún camarero considerase mi presencia y me atendiera.  De fondo, un ruido infernal todo lo invadía. Las voces de los comensales intensificaban el volumen, entremezclándose, superponiéndose, mezclándose y  compitiendo con la voz del periodista que en la televisión daba las noticias de las tres. Pocas veces he comido con tanta rapidez.

Recientemente he leído que el silencio es como un animal raro en peligro de extinción. Dicen que los saltamontes que viven cerca de las carreteras donde el ruido es intenso tienen que hacer un esfuerzo descomunal para comunicarse entre ellos. Las ballenas en el mar también tienen que hacer ese esfuerzo,  ensordecidas por ruido de los grandes barcos. Puede que con tanto ruido hasta los pájaros dejen de cantar esas dulces melodías  y para hacerse entender entre ellos comiencen a transformar su canto en articulaciones estridentes.

El ruido tiene efectos muy perjudiciales para la salud. Produce  trastornos fisiológicos, como la pérdida progresiva de audición. También,  y quizás sean los más graves, psicológicos, al producir una irritación y un cansancio que provocan disfunciones serias y desequilibrios.

Cuando salí del restaurante, respiré profundamente y recité en voz baja, para no molestar a los insectos y pajarillos que por allí revoloteaban, las sabias palabras de Fray Luis de León que me hizo aprender de memoria en mi adolescencia mi maestro de Gramática, el salesiano Juan Manuel Espinosa:

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.

El aire del huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido.

Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.

por @mbellido

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