La cultura del «dar»

He vuelto a encontrar en un libro de Camilla Baresani sobre la seducción de la lectura, una frase de George Bernand Shaw con la que nunca estuve de acuerdo del todo: “El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable intenta adaptar el mundo a sí mismo. Así pues, el progreso depende del hombre irrazonable”. Está claro que es una invitación a huir de la mediocridad y en eso estoy de acuerdo, pero entiendo que siempre habría que tener en cuenta la necesidad virtuosa del equilibrio, de la sensatez y de la medida. Es imposible en la vida adaptar todo a uno mismo.
Horacio decía con razón que «Virtus in medio est», “la virtud está en el medio” y Aristóteles también refrendaba que “la virtud es el punto medio entre dos vicios opuestos: el vicio del exceso y el vicio del defecto”.
Trabajar para el progreso exige sobre todo un compromiso incondicional con la causa de la imaginación, amplitud de miras y loable generosidad. En mi experiencia como editor, cada avance casi siempre ha nacido de una profunda reflexión, después de un más o menos duradero periodo de gestación y parto. Nunca me precipité cuando daba vida a un proyecto o fundaba algo nuevo. Cuando surgía una idea, sentía que debía sumergirme en ese territorio donde habitan nuestros impulsos, nuestros anhelos y nuestras más profundas aspiraciones, donde las realidades aparecen desprovistas de vestimentas y emblemas. Después se trataba de decidir y de trabajar, trabajar y trabajar para que mi grano pudiera hacer granero.
La realidad actual en la que vive sumergida España, esa mezcla de exhibicionismo y frivolidad, necesita un cambio que provenga del esfuerzo y de la imaginación, no solo de quien gobierna, sino de todos. Aunque aparentemente nuestro presente y nuestro futuro parecen estar condenados a vegetar sin esperanza de que esto cambie, no podemos perder la esperanza. Sabemos que la causa de este inmovilismo es la falta de imaginación o de ganas, principalmente en quien está llamado a dar el primer paso, en quien gobierna. Por otra parte, la sociedad parece asistir amodorrada al espectáculo bochornoso que algunos poderes ofrecen, sin tener la fuerza de reaccionar. Tiempos difíciles los que atravesamos, pero frente a los que no podemos claudicar.
Personalmente creo que se puede soportar la hostilidad de los tiempos solo si se es consciente de la libertad personal y ésta tiene que empujarnos a no resignarnos. No se trata de sentarnos a nuestra escribanía o delante del ordenador y preparar un plan de cambio para España. No todos tenemos esa responsabilidad y esa capacidad. Se trata de buscar qué podemos hacer cada uno de nosotros, en nuestra área de influencia. John. F. Kennedy nos dejó en este sentido una frase que tendría que hacernos reflexionar: «No os preguntéis lo que vuestro país puede hacer por vosotros, preguntaos qué podéis hacer vosotros por vuestro país.» Nuestra sociedad necesita un cambio de mentalidad: pasar de la cultura del “tener” a la cultura del “dar”. Si nuestra sociedad sigue sin incorporar a sus actitudes la cultura de la reciprocidad, terminará por autodestruirse. El vocabulario social tendría que enriquecerse con las palabras: altruismo, servicio, reciprocidad, motivaciones intrínsecas, bienes relacionales, asunción de responsabilidad.
Dejar de mirar el propio ombligo y atreverse en la tarea de la solidaridad, del respeto y del bien común nos puede conducir no sólo a comprendernos y a estimarnos más entre los seres humanos, a sentir propias las fatigas y los problemas de los demás, sino también a encontrar juntos nuevas formas de organización y gestión de la sociedad y de la economía. No es una utopía. Es comenzar a tomarse en serio nuestro paso por este mundo. Ponemos en juego no solo nuestro presente sino también el de nuestros hijos. Me quedo con una frase de Erich Fromm: “Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad”.