Hacía tiempo que no sabía nada de él. Tuve la ocasión de encontrarlo varias veces el año pasado por cuestiones de trabajo. Cada vez que hablaba con este hombre, me impresionaba su vitalidad, su seguridad y sus aparentes conocimientos, parecía saber de todo y no había tema que se le resistiera. Ayer me contaron que en el arco de los tres últimos meses ha tenido que afrontar una fuerte crisis laboral, un divorcio, problemas con un hijo por gravísimos trastornos de salud, una pelea muy sonada con su suegro, también empresario, y que la aventura amorosa que lo llevó al divorcio también ha terminado mal. Quien me relataba la experiencia de este amigo concluía: se ha quedado sin un duro y además pasa por una fuerte crisis de fe. No me extraña, tantas peripecias a la vez harían temblar el más sólido de los cimientos. La acumulación simultánea de tantas desventuras parece inverosímil, pero es de lo más común en los tiempos que corren. La reflexión a que me invitan estos hechos está relacionada con el estilo de vida que llevamos en la sociedad actual y que está perjudicando gravemente a la vida familiar. Pongo algunos ejemplos. Casi se aprende a discutir en los programas del corazón de la tele: allí todos son gritos y pasiones, discusiones sobre argumentos banales que no ayudan a crecer sino a destruir.
Se aprende a poner los cuernos en las telenovelas. Se aprende a ser violentos en esas películas donde disparar sobre las personas se hace con el mayor desparpajo, y ver muertos en el suelo llenos de sangre se convierte en algo tan natural, como ver los paisajes de los documentales de la 2. Se aprende a desintegrar la familia con los modelos que en las series se presentan. Se aprende que el camino a la «felicidad», «realización humana», «progreso», «conquista” no depende del esfuerzo sino de la afirmación de la ignorancia. (Baste analizar ciertos personajes nacidos de programas como “Sálvame” o “DEC”). Se aprende a considerar a la mujer como un objeto que se encuentra a la disposición de cualquiera, sin importar su dignidad.
Lo queramos o no, la TV y los medios de comunicación de masa logran modificar la forma en que los hombres conocen y comprenden la realidad que los rodea e incorporan también prácticas sociales que se asumen como comportamientos cotidianos en la vida.
Es lógico que se multipliquen cada vez más casos como el de este amigo y el de tantos otros. La sociedad está trastornada y no logra tener puntos de referencias que le ayuden a salir de una cáscara vacía, sin ninguna pulpa. Esta reflexión me lleva al mismo lugar de siempre: cómo crecer y a qué precio. Cultivar una sana autoestima en nosotros, en nuestros hijos, en las personas que nos rodean, en nuestras amistades ayuda a minimizar las conductas negativas y nos asoma a una vida más plena. Por la cuenta que nos trae, no podemos privarnos del derecho a crecer en todas las dimensiones de la persona, incluidos los valores «espirituales». La vida está llena de adversidades que nos complican la existencia. Como dice Enrique Rojas, catedrático de Psiquiatría en Madrid: “Llegar a ser una persona equilibrada es una tarea de artesanía psicológica. Alcanzar el ser cada vez más libre (con minúscula), independiente y con una buena armonía es una aspiración importante. Es más, diría que el puente levadizo que conduce al castillo de la felicidad tiene una puerta central de entrada, que se llama equilibrio personal”. Vale la pena intentarlo.

por @mbellido

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