Yo no sé si entre las calamidades de los tiempos presentes, la más grave es la desintegración de la economía. Creo más bien que es la falta de liderazgos en la sociedad y la falta de rumbo en la clase política que degenera en múltiples desastres a todos los niveles. ¿Dónde nos quieren llevar? ¿Qué nos ofrecen? Entre un «progresismo» que no lo es ya, y una ola de conservadurismo que embiste a la defensiva contra los desatinos de gobiernos inmovilistas, desgastados y retrógrados la sociedad deambula por caminos de barbarie incipiente. El interés de estos políticos por la Educación brilla por su ausencia y si a esto se le suma el relajamiento de los vínculos del hogar y el desgaste de los valores familiares, el panorama se ofusca aún más en la desesperanza.

El sistema educativo de un país es el termómetro de su desarrollo y desde luego no puede ser objetivamente excelente cuando abunda el permisivismo y el aflojamiento vocacional, cuando se planifica sin el consenso social y obedece sólo a consignas políticas, en función de las matemáticas electorales. En el actual horizonte da la sensación de que a las nuevas generaciones se les embota de nociones sin adecuar un recorrido de aprendizaje destinado a saber resolver problemas, a seguir un razonamiento, a comprender nuevos conceptos. ¿Para qué sirve aprobar exámenes si esto no produce en los chavales un avance intelectual, además de un placer extraordinario, especialmente en esa edad en la que se comienza a descubrir la fuerza del pensamiento y del emprendimiento? Sólo una educación que prime el esfuerzo y el mérito puede conseguir que estas generaciones pasen del miedo, el aburrimiento y la ignorancia a la satisfacción de conocer y de avanzar en un proyecto personal de desarrollo.

Sí, la educación es una cuestión de Estado y aquellos que así lo afrontan obtienen resultados inmejorables. En Finlandia, cuya educación encabeza los rankings internacionales de calidad, se han obtenido esos niveles gracias a un pacto de todas las fuerzas políticas que decidieron en su día apoyar resolutivamente el sistema educativo, capacitando recursos humanos a niveles de excelencia y reconociendo que invertir en educación era lo más conveniente para la economía del país. Ya nadie duda que el sistema educativo repercuta sobre el sistema social, laboral, económico, y sobre la articulación y la cohesión de un país. España está muy lejos de estos parámetros y aquí de lo más que se llega a discutir es de la tan cacareada Educación para la Ciudadanía, otro invento más para inyectar «progresía» en las nuevas generaciones.

El Gobierno de la nación tendría que sustituir el concepto de gasto en educación por otro de inversión en educación. Como dicen los finlandeses no es sólo cuestión de «gastar» más, sino de «gastar» mejor.

Este sistema «asistencialista» y pasivo de la Educación que se ha venido practicando aquí desde algunas filas políticas, y con flacos resultados, no ha ayudado ni puede ayudar a afrontar una crisis económica como la actual.

¿Dónde estaría Andalucía si hubiera primado en estas últimas décadas la cultura del trabajo y del esfuerzo y el gobierno regional se hubiera esmerado en la eficiencia, aplicando un riguroso sistema de reconocimiento de méritos y responsabilidades en vez de ser tan permisivos? Sólo desde la perspectiva de «inversión», se puede entender la educación como factor de competitividad, como compensadora de desigualdades o como garantía de igualdad de oportunidades. Esperemos que el nuevo gobierno de Griñan entienda que es prioritaria la Política Educativa para salir de la crisis y encaminar un mejor futuro económico y social de Andalucía.

Manuel Bellido

por @mbellido

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