Dicen que «hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece».
La crisis actual nos ha revelado, más que en otros tiempos, imágenes de árboles grandes, medianos y pequeños, viejos y nuevos, que han ido cayendo por doquier, con los consecuentes estruendos. El virulento viento de la crisis se ha llevado por delante plantas sanas y plantas enfermas.
En este terremoto económico y social, donde se derrumbaban empresas, bancos y sistemas, algo parecía quedar claro: no se podía recomenzar sin una clara moral, sin nuevos valores y sin reglas bien definidas que produzcan equidad, tranquilidad social y transparencia en el mercado.
Después de haber pagado un caro precio por la irresponsabilidad de arrogantes de las finanzas y miopes políticos parecía que habíamos aprendido la lección y, sin embargo, la sensación actual es que casi todo se ha quedado en grandes declaración de intenciones, en fuegos artificiales y oportunismos electoralistas. Los casos de corrupción política y los de mala gestión en algunas Cajas y Bancos, que siguen manchando de titulares la información diaria, nos dan a entender que aún no se ha hecho limpieza. Sigue faltando ese alto sentido de responsabilidad en los nichos de poder político, un equilibrado sentimiento de dignidad profesional proyectado al servicio de la sociedad civil. Se echa de menos el nuevo humanismo de los que muchos se han llenado la boca, al parecer solo para quedar bien puesto que siguen sin mover un dedo para llevarlo a la práctica.
Sin embargo, el bosque del tejido empresarial, de la sociedad civil y de las familias sigue creciendo sin hacer rumor alguno. La vida fluye y numerosas son las personas de buena voluntad que viven el día a día, conscientes de que muchas de las cosas que provienen del sistema establecido son relativas, de que la vida puede comenzar, recomenzar, crear, desarrollarse y ser fructífera, en cualquier campo, sine regula de los profesionales de la política o de la economía. Los sindicatos pueden manifestarse contra los empresarios, pero son los empresarios los que siguen arriesgando patrimonio, salud y familia y creando empleo. El gobierno puede legislar para facilitar el abortar, pero son muchas las familias que siguen procreando y cuidando de sus hijos, porque reconocen que la vida es un regalo inmenso, no olvidan que el derecho a la vida es demasiado importante para no protegerlo, y consideran el aborto como el asesinato de un ser indefenso, que, además, resulta ser un hijo. Los políticos siguen sin hacer un gran pacto estatal por la educación y sin aportar nuevos y abundantes recursos para algo tan fundamental en una sociedad, pero en las escuelas siguen trabajando, día tras día, maestros y profesores que, además de cumplir con la educación de sus alumnos, se esfuerzan en fomentar y facilitar la implicación de los padres, conscientes de que es fundamental la presencia y compromiso de las familias en todos los aspectos del crecimiento y del desarrollo personal y cultural de niños y adolescentes de nuestra sociedad.
Estos profesionales viven la educación como un reto ilusionante y, al mismo tiempo, muy exigente por la situación actual que no acompaña precisamente su la labor educativa y por la necesidad de una constante preparación y de dar ejemplo en los valores que quieren trasmitir a los jóvenes.
No dejaré de mirar con respeto el desplome de los árboles sanos o enfermos que caen haciendo tanto estruendo, pero seguiré escuchando con pasión el bosque que crece silencioso y que alimenta con esperanza el futuro positivo de la humanidad.
Manuel Bellido
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