Este mes hemos querido acercarnos al sector de los autónomos, un sector que en tiempos de crisis ha seguido creciendo, debido en parte a la falta de perspectivas del mercado de trabajo que ha atravesado y sigue atravesando Europa. El paro, las dificultades para salir de ello a ciertas edades, con estudios obsoletos o escasos, han sido uno de los motores que han impulsado al emprendimiento en muchas personas. En el caso de las mujeres, la creación de una empresa también ha sido una alternativa válida para aquellas que han buscado trabajo después de la maternidad o que se han visto obligadas a buscar trabajo por circunstancias familiares.

El autónomo, según la definición que encontramos en la legislación actual, es aquel que realiza de forma habitual, personal y directa una actividad económica a título lucrativo, sin sujeción por ella a contrato de trabajo y aunque utilice el servicio remunerado de otras personas, sea o no titular de empresa individual o familiar.

El autónomo es, en su esencia, un emprendedor, término este muy atractivo que refleja un cierto rasgo de la personalidad que, si bien resulta evidente en aquellas personas que han creado su propia empresa, es elogiable cuando se da en personas que trabajan por cuenta ajena. La capacidad emprendedora, de hecho, se refiere a una cierta forma de ver la realidad, caracterizada por la búsqueda  de nuevas oportunidades  de negocio, junto con la capacidad de asumir los riesgos que implica embarcarse en el logro de nuevos objetivos.

El emprendedor tiene unos rasgos característicos fácilmente observables como, por ejemplo, la perspicacia, virtud necesaria para captar oportunidades de negocio y que conlleva aparejadas cualidades como la imaginación y la creatividad, unos talentos que resultan extremadamente útiles a la hora de descubrir nuevos mercados, captar nuevas tendencias de consumo o descubrir oportunidades dentro de la propia empresa. Las mujeres y los hombres que emprenden tienen capacidad de iniciativa y son  capaces constantemente de dar el salto de la teoría a la práctica. Asumen riesgos financieros, poniendo en juego la mayor parte de las veces el patrimonio, personal y familiar. El emprendedor muestra y desarrolla una gran seguridad en sí mismo y no solo en el momento del inicio ya que tiene que recorrer un largo camino. Es  constante y perseverante: poner en marcha un negocio y conseguir que funcione y que tenga estabilidad significa muchas horas de trabajo y bastante esfuerzo. Emprendedores y emprendedoras tienen en sí una gran dosis de liderazgo, algo imprescindible al convertirse en empresarios cuando tienen que dirigir y organizar un equipo e, incluso estando solos,  en las relaciones con clientes y proveedores.

Muchos de los análisis sobre las características personales de los emprendedores de éxito señalan que la capacidad intelectual no es determinante, sin embargo, sí son importantes las cualidades que se adquieren poco a poco en la vida, como el sentido común y el espíritu de superación personal ante las adversidades. En todo caso, la necesidad es el común denominador que impulsa a muchos a convertirse en autónomos y emprender una actividad. La subsistencia económica se encuentra presente en la mayor parte de los casos y los emprendedores no lo ocultan. De hecho, hablando en estos días con varios, mostraban un sentimiento de orgullo por haber superado muchas dificultades partiendo de cero. Está claro que la necesidad agudiza el ingenio y que el emprendedor no nace, se hace. Siempre me ha llamado la atención una frase de José Lladró: “Es muy difícil que quien no haya sufrido, llegue a ser un buen empresario”.

Manuel Bellido

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por @mbellido

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