Desde hace bastantes años la industria editorial estadounidense y europea viene lanzando al mercado miles de manejables y prácticos manuales para empresarios y que se venden como rosquillas. Manuales muy distintos de los primeros que se editaron como las enciclopedias populares y que enseñaban a ser buenos electricistas o mecánicos, a realizar operaciones aritméticas o a reparar problemas hidráulicos. Diversos también de los que se editaron en los años cincuenta y sesenta, tipo los denominados “cultos”, como los franceses “Que sais-je”. Y en los últimos años han proliferado los manuales de comportamiento en público. Cómo comprender la psicología de la gente, cómo resultar más simpático, cómo tener éxito en sociedad, cómo hablar en público, cómo lograr una buena marca personal, cómo ser un buen jefe… Y así podríamos seguir con una lista interminable de manuales que nada tienen que ver con los de hace años destinados a divulgar un “saber hacer”. Los nuevos manuales, sin embargo, enseñan a “saber ser”, dejando en el aire la pregunta sobre si el éxito social depende de una competencia activa o de un modo de manifestarse. La identidad personal parece depender cada vez menos de las acciones y cada vez más del agrado que logramos trasladar a los demás proyectando una determinada imagen. Estos nuevos manuales presentan métodos, fórmulas y ejercicios avalados por estudiosos de grandes universidades para que, de una forma sugerente y amena, cambiemos nuestro modo de presentarnos. Algo que me recuerda a Don Quijote, cuando decía que más vale el buen nombre que las muchas riquezas. Estos manuales de autoayuda pretenden dar brillo a nuestras vidas de modo que la percepción de nuestra persona sea tan interesante que influya en relaciones con clientes y proveedores, con accionistas y empleados, en los negocios y en la vida social… Se trata, en la mayor parte de los casos, de ajustar nuestra imagen a las diferentes audiencias. Lo malo de todo esto es que el acostumbrarse demasiado a disfrazarse para los demás puede terminar por disfrazarnos definitivamente para nosotros mismos.
Pienso que el secreto de la mayoría de esos grandes empresarios, como los últimos que nos han dejado, Emilio Botín o Isidoro Álvarez, eran el mérito y el trabajo y no la apariencia. Imágenes no construidas por manuales de autoayuda, sino por la propia misma experiencia, hecha de mucho trabajo, constancia y arrojo ante la adversidad. Isidoro Álvarez ha sido una de las personas que más ha hecho por las familias, por una gran empresa como El Corte Inglés, por sus empleados y por España. Por lo que conocí de él, era una persona muy “sencilla” y muy “normal”, que se comportaba en cualquier circunstancia sin pose, tal cual era. También de Emilio Botín, ese hombre imponente que gobernó uno de los bancos más importantes del mundo, recuerdo momentos donde se mostraba cercano, transmitiendo optimismo, pasión desmedida por aquello que amaba, y mucho sentido del humor.
Desde la antigüedad la frase más utilizada en la historia de los consejos es: “Sé tú mismo”. El mismo Aristóteles decía que el conocimiento de uno mismo es el primer paso para toda sabiduría. No estoy tan seguro de que ese “sí mismo” se encuentre en los manuales de autoayuda, porque no es algo que uno se encuentra, sino algo que uno crea, probablemente desarrollando al máximo las propias capacidades, siendo disciplinado, formándose constantemente, trabajando duro y siendo coherente con los propios principios, valores, creencias y sentimientos. Una de las mejores inversiones que se pueden realizar en la vida.
Manuel Bellido – bellido@agendaempresa.com