Mi amiga Susana, saludándome hoy por teléfono, me decía que, aunque hace sólo una semana que ha vuelto de las vacaciones y que se incorporó al trabajo, nota que el efecto de esas benditas vacaciones ha desaparecido por completo si no fuera por el álbum de imágenes colgadas en Facebook, y que le gusta repasar en su móvil mientras va en el autobús al trabajo.  Me contaba que esta mañana, mientras subía en ascensor a su oficina, la idea de llegar a su mesa, encender el ordenador y revisar el correo electrónico le resultaba una tortura china. A todo esto, se añadía que el día que había cogido el avión para desplazarse a su destino vacacional, había dejado su habitación como si le hubiera arrasado una bomba atómica: la cama sin hacer, prendas de vestir sobre la silla y sobre el sofá, zapatos repartidos por toda la habitación, tazas y platos del desayuno sin lavar sobre el fregadero en la cocina… En fin, que cuando volvió de vacaciones, aquella casa y aquella habitación no eran para nada “hogar dulce hogar” sino un caos que dañaba a los sentidos.  Otro error que lamentaba es el haber vuelto en el último vuelo de un domingo por la noche, sabiendo que el lunes por la mañana ya tenía que incorporarse al trabajo. Susana se había metido en la cama desecha, tan cansada del viaje   que no había tenido ni ganas, ni fuerza de ducharse antes de dormir.  Por la mañana, el sonido del despertador había sido como un mazazo que la había catapultado al cuarto de baño para lavarse deprisa, vestirse corriendo con lo primero que había encontrado en el armario, tomarse un café y bajar a la calle medio dormida caminando como una zombi hasta la parada del autobús.

Por la tarde, cuando volvió del trabajo, entró por segunda vez en estado de shock al ver la casa tan desordenada, las plantas agonizantes por falta de agua, las maletas por deshacer y el frigorífico lleno de telarañas. Así que se había armado de valor yendo enseguida al supermercado para hacer la compra.

También me contaba que esta semana se le ha hecho larguísima, que había encontrado cerca de ochocientos correos que atascaban la bandeja de entrada de su ordenador y que esas carpetas sobre la mesa de trabajo, todas por revisar urgentemente, le habían parecido una montaña inalcanzable.

Terminó su relato diciéndome que se apuntará a un gimnasio, que se pondrá a dieta y que hará un curso de italiano. ¡Allí estaba la consabida lista de buenas intenciones!

Recordé el consejo de expertos, que el volver de vacaciones y no entrar poco a poco, progresivamente en la rutina diaria, con unos días de intervalo antes de volver al trabajo, es quemar de un solo golpe el relax y la desconexión psicológica que se han ganado en los días de asueto. Por otra parte, también es importante dejar la casa ordenada, limpia y en buenas condiciones, para que, a nuestro regreso, ese nido nos acoja con calidez y nos haga sentir a gusto. Aunque seguramente haya personas que piensen que es mejor apurar las vacaciones y que les quiten lo bailado…

Pensé que la lista de buenas intenciones y de proyectos para el curso, nada más llegar de vacaciones, son interesantes, si no suponen un maratón de estrés.  Así que, no como experto pero sí como amigo, le he aconsejado a Susana que dedique en los próximos días un poco de tiempo para sí misma,  saliendo de tiendas a hacer alguna compra sin sentirse en culpa, yendo al cine o a tomarse unas cervezas con los amigos. Actividades para que la vuelta al día a día sea un poco más soft y no traumática.

Manuel Bellido

por @mbellido

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