Vuelvo a leer en estos días el libro Cartas a Theo de Vincent Van Gogh, son las cartas que el artista escribió a su hermano. Hay una en la que habla de su relación con Sien y me lleva a una reflexión inquietante, difícil y, a la vez fascinante. Me enseña que en ocasiones el amor es eternamente silencioso. En enero de 1882 Vincent Van Gogh conoce a una prostituta de treinta años, Clasina Maria Hoornik, llamada Sien. Así lo cuenta en una carta a su hermano Theo: “Este invierno he encontrado a una mujer encinta, abandonada por el hombre de quien llevaba el niño en su cuerpo. Una mujer encinta que, en el invierno, erraba por las calles, que debía ganar su pan tú sabes de que manera. No he podido pagarle el salario completo de una modelo, eso no impide que le haya pagado sus horas de pose, y gracias a Dios haya podido salvarla, a ella y a su niño, del hambre y del frio, compartiendo con ella mi propio pan. Cuando encontré a esta mujer quedé impresionado por su aspecto de enferma.” Van Gogh escibe también al pintor van Rappard: “cuando la tierra no se pone a prueba, no se obtiene nada de ella. Ella, ella ha sido probada, de consecuencia encuentro en ella más que en muchas mujeres juntas”.
Van Gogh la describe como “una mujer alta y de constitución fuerte, de figura simple pero no carente de gracia. No es joven ni bella, la cara algo picada de viruelas, ni tiene las manos de señora como Kee, sino las de una persona que trabaja mucho. Hay algo muy femenino en ella, pero se puede ver que no es distinguida ni extraordinaria. Su manera de hablar es muy fea, dice cosas y usa expresiones que su hermana Wil, por ejemplo, no usaría, pero tiene un buen corazón. Su carácter, a causa de una constitución nerviosa, tiene estallidos de cólera que serían insoportables para la mayoría de las gentes”. Sin embargo Vincent dice que sabe cómo tratarla. Lo que empezó siendo un acto caritativo toma posteriormente otros derroteros. Eran dos seres solitarios y desgraciados que se encuentran y se prestan mutuamente el calor humano que necesitan y, en un autoengaño, más o menos consciente en Van Gogh, desean creer que se aman.
Hay un cuadro que todo el mundo, un poco puesto en materia, recordará haber visto. Se trata de un dibujo titulado Dolor de 1882, donde, posiblemente, la modelo fue Sien Hoornik. Creo que refleja no tanto el dolor de ella, sino el dolor que él sentía por ella. Esas manos hechas para encender estrellas, que él plasmó luminosas en muchos de sus cuadros, saben en este dibujo expresar unos de sus constantes sentimientos: “Sufrir sin quejarse es la única lección que debemos aprender en esta vida”. Hay que ser muy artista para atreverse a tanto y lograr, en un dibujo, narrar el dolor de manera tan vital. En Sien, como en otras relaciones, quiso encontrar el amor y, sin embargo, encontró caminos tortuosos. En un pasaje de sus cartas dice: “Se puede tener, en lo más profundo del alma, un corazón cálido y, sin embargo, puede ser que nadie acuda a él”. Este dibujo lo expresa a la perfección. Van Gogh sigue siendo en sus cuadros una luz que quema.
Manuel Bellido