Cuentista no es solo la  persona que cuenta mentiras, chismes, o que exagera la realidad; el término también define a una persona que narra o escribe cuentos. Por naturaleza, los seres humanos tenemos todo algo de cuentistas.  Pasamos muchas horas al día narrando experiencias, soñando historias y contándolas o contándonoslas, imaginando situaciones o intercambiando noticias. A diferencia de los animales el ser humano vive toda su existencia alimentado de narraciones, consumiendo historias desde que nace. En la infancia se atiborra de fábulas; siendo adolescentes, con las primeras lecturas, la imaginación se puebla de aventuras; en la escuela el estudio de la Historia proporciona  la visión de nuestro origen y de nuestra cultura; con las novelas, las películas, las canciones nos confrontamos con nuestros sentimientos y con nuestro modo de gestionar las relaciones sociales y afectivas. Más tarde,  la prensa de papel u online, los informativos radiofónicos y los telediarios nos conducen, a  través de historias de otros seres humanos en otras partes del mundo,  por el sendero de la reflexión colectiva.

Si cuando niños a través de las historias aprendimos a relacionarnos y a explorar situaciones nuevas de manera virtual, sin afrontar riesgos reales, cuando somos adultos  las historias provenientes de la actualidad nos proporcionan la adhesión o el rechazo a los mecanismos, las tendencias y las políticas que mueven la sociedad. Casi siempre las experiencias de otros seres humanos tienen el poder de edificar o modificar nuestra moral, condicionando nuestra conciencia y nuestro conocimiento.

Ese poder de imaginar y de soñar nos impulsa incluso a variar la realidad externa, a inventar, a crear nuevas fases en nuestro proceso evolutivo.

Las narraciones forman parte de nuestra vida hasta tal punto que los psicólogos las consideran nutrientes imprescindibles para nuestra mente.

En este contexto de lo que significan las narraciones, sobre todo las escritas, es una pena que una parte de nuestra sociedad sea tan reacia a cultivar más  la lectura ya que, como sostienen muchos especialistas, la lectura es el mejor instrumento que tiene el cerebro para progresar.  Cuando la lectura se considera  como una obligación árida y no como un placer, se pierde en parte la posibilidad de enriquecer la propia vida. No cabe duda: encontrar un buen libro es como encontrar un buen profesor cuyas  enseñanzas dejan influencias positivas en nosotros.

También las relaciones sociales aportan narraciones ricas o pobres. En esta red de relaciones que se entreteje a nuestro alrededor, las buenas experiencias nos ayudan a pensar y a crecer como personas, otras, sin embargo, pueden ser mensajeros de degeneración, trampas que conducen a la infelicidad y a insidiosos venenos que nos introducen en callejones sin horizontes.

Leer, como imaginar y narrar, es un privilegio de los seres humanos; ninguna otra criatura viviente posee esta capacidad. Por ello, las historias, las narraciones, las experiencias de otras personas, sean transmitidas oralmente o a  través de la lectura, no solo tienen la capacidad de entretenernos o de informarnos, sino que resultan fundamentales para nuestra especie porque son capaces de   cultivar y nutrir la tierra de nuestra mente y de nuestro espíritu, proyectando hacia el futuro las claves que diferencian a la especie humana de los restantes vivientes.

Manuel Bellido

por @mbellido

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