Hace unos años en una ciudad italiana de la costa, participando como espectador en un Festival de Danza, el genio impúdico del escenógrafo, bailarín, actor y director británico Lindsay Kemp me proporcionó a través de un espectáculo motivos de reflexión a los que todavía hoy me remito cada vez que me dispongo a analizar la situación por la que atraviesa nuestra sociedad. Se trataba del Cruel Garden, representado por el Ballet Rambert bajo la batuta coreográfica de Christopher Bruce. Un espectáculo lleno de máscaras, sangre y maquillaje exagerado que estimulaban la fantasía. Un mundo poblado de ojos, de almas blancas que jugaban con la muerte y el personaje era al mismo tiempo víctima y héroe. En una España antigua y corrupta dibujada en modo surrealista la parábola de García Lorca se desenvolvía como una corrida, que terminaba en tragedia y después en purificación. La idea del Jardín Cruel viene de Cocteau: en la plaza, la sangre que mancha la arena, se transforma en flores. Dalí, Buñuel y Picasso cerca de la cuna de Lorca, como tres Musas, bautizan a un torero que es ángel y demonio, viajero y sacerdote de la vida. En la plaza los toros se multiplican y las mujeres como muñecas con los brazos caídos y balanceantes, observan el peligro desde el tendido sin poder hacer nada. La imagen final es muy barroca, pero sobre todo es atroz. En aquella parábola de Kemp de efectos sangrientos y ambigüedad calculada me turbó el ánimo sobre todo ese multiplicarse de toros en la plaza, como hoy me turba y me asusta la multiplicación de problemas que amenazan a nuestra sociedad.

En una reciente encuesta realizada desde los lectores, con el 42% de los votos creen que el principal problema de este recién estrenado 2006 serán los nacionalismos, con el 34% el terrorismo, la inmigración con el 16% y por último el paro con el 6%. Son toros peligrosos que se multiplican en la plaza. Y todos ellos son problemas que producen ansiedad e inseguridad en el quehacer cotidiano. Los espectadores buscan ese torero, ángel o demonio, que pueda lidiar los peligros que acechan, que se ponga al servicio de los ciudadanos y que en la programación del porvenir cuide a la persona sin reparar en afinidades políticas e ideológicas, o se subordine en complacencias a minorías radicales, que se sitúe mas allá de la ambición de poder y que no se deje tentar por permanecer en él a costa de lo que sea. Sin embargo seguimos despertándonos cada día no con el anuncio de soluciones sino asombrados por la aparición en el ruedo de un nuevo par de cornamentas. Como en la obra de Kemp los toros se siguen multiplicando. Hasta Jordi Pujol ha dicho recientemente: “deberíamos estar todos ciegos para no darnos cuenta de que hay algo en España que no funciona”. Seguir en esta racha tan desacreditante y corrosiva para nuestro país y para nuestros intereses nos perjudica en todos los sentidos y, por ello, tenemos derecho desde la izquierda y desde la derecha a pedir que se termine de una vez.

por @mbellido

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