El reconocido mostachón de Utrera fue galardonado el pasado mes de marzo como ‘Producto Excelente de Andalucía’ por la Sociedad Andaluza para el Estudio de las Intolerancias Alimentarias (SAEIA) con la que colabora Agenda de la Empresa. El acto tuvo lugar el pasado 15 de marzo en el Centro Cultural Utrerano, el Casino de Utrera. Su presidente, Francisco García, fue el encargado de dar la bienvenida a los presentes dedicando unas palabras a Diego Vázquez, el confitero utrerano al que estaba destinado este certificado y que es «historia misma del producto». Muy agradecido, Diego Vázquez recalcó el cariño que posee hacia este producto al que afirma que quiere «como a un hijo» y recordó con cariño el día que su padre le dejó la receta del mostachón como su herencia más preciada. En este sentido destacó que no es premio hacia su persona sino «a una familia mostachonera que va ya por su quinta generación, y que guardará este acto en la historia de su vida».

El mostachón de Utrera es una muestra de la calidad y la artesanía que conserva la pastelería utrerana, se ha convertido en imagen de la ciudad y su mejor embajador fuera de sus fronteras.

Orígenes. En la ciudad de Utrera nació, no se sabe cuándo, el mostachón. Dicen que su nombre es romano: «Mostaceum», que viene a significar bizcocho redondo. La lógica, y la tradición, lo emparentan sin embargo con los árabes. Lo cierto es que desde que Utrera tiene memoria se recuerdan mostachones en sus alacenas. De las cocinas de los conventos parece que pasó a las tahonas. Y de allí, por las grandes festividades, a las casas particulares. Su fórmula es clara: azúcar, huevo, harina y canela. Y en los de esta cada, además, miel. No hay nada más sano en el mundo, señalan desde la firma. Ni más completo, añaden.

Hasta 1880 no se conoce otro mostachón que el que se hornea en los conventos y panaderías. Ese año, un utrerano juncal, José Romero Espejo, bisabuelo de los actuales propietarios, crea la primera fábrica de mostachones del mundo. Fábrica artesana pero fábrica con todos sus «avíos».

Y ya no descansan de hacer mostachones. Diego Vázquez García representa la segunda generación y aporta la primera máquina de la fábrica: una batidora hecha en la casa a finales del XIX. La tercera generación está representada por los hermanos José, Luis y Diego Vázquez Romero, mostachoneros, digamos, de la transición a los nuevos tiempos. La cuarta, y la quinta, la de Diego Vázquez, su mujer y sus hijos, la de hoy, es la que revoluciona las formas pero no el fondo de ese mostachón sencillo y exquisito: una moderna comercialización lleva al mostachón a todos los confines de España, y Utrera lo reconoce entregándoles uno de sus más preciados galardones: el mostachón de Plata.

No tiene otro secreto este mostachón: sólo ingredientes de primerísima calidad, una batidora mecánica, una dosificadora que lo deposita en el tradicional papel de paja, y unas manos que lo adentran y lo sacan del horno. Horno de leña de olivo y de viento, con las calorías y la flama justas para un horneado perfecto. En la solera de ese horno toma vida el mostachón de Diego Vázquez. Cuatro minutos exactos y para fuera. Unas manos amorosas lo envuelven en su papel y ya está. Así de simple y así de complejo. Así lo hace y lo garantiza Diego Vázquez.

por @mbellido

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