El corazón es una potente pompa aspirante y pulsante que permite una constante distribución de la sangre en todos los órganos de nuestro cuerpo  a través de la red de arterias, venas y capilares, pero muchos también sostienen que es el lugar  de los sentimientos, afectos, pasiones  y emociones. Cada uno, y no lo digo en sentido científico, se imagina el corazón de una manera diferente. Hay otros que sostienen que el  corazón es el centro de la inteligencia, sobre todo de la inteligencia emocional. Si rebuscamos en la literatura encontramos  muchísimas referencias sobre  el corazón como territorio de nuestra identidad, de nuestro “yo” más  verdadero y sincero,  el lugar de nuestra unicidad, donde encontramos nuestra esencia. En textos religiosos se habla del corazón como el templo de la presencia de Dios en los hombres. El corazón parece un cofre, un lugar donde guardamos los secretos más íntimos, donde  anidan todos esos anhelos que no compartimos, una especie de cuarto donde vamos amontonando emociones y  efectos. Cuando nos recostamos y permanecemos en silencio lo sentimos latir y, yo infinidad de veces, lo he imaginado como  «reloj cucú», ese tipo de relojes  provistos de péndulo que tenían nuestros abuelos, y que en nuestra infancia nos hacian permanecer horas delante del él, esperando que por esa ventanita en la parte de arriba, cada media hora o cada hora, apareciera  un pajarillo emitiendo un sonido similar al “cucú”.  Ese pajarillo tan frágil es el que se asoma de vez en cuando para avisarnos de que seguimos vivos, de  que nos hemos enamorado o  de que algo hermoso, doloroso o triste nos ha ocurrido. No todo el mundo conoce bien el corazón que lleva incorporado, y a según de su uso, algunos lo consideran y exhiben como  un objeto  funcionalista, pasional, minimalista, bilioso u orgánico. Tampoco todo el mundo sabe reconocer, más allá de cómo lo imagine, que la  mecánica del corazón es muy delicada y compleja. El corazón es un dispositivo que no obstante su gran precisión, a veces acelera o frena su ritmo y depende mucho de cómo lo domestiquemos   para que no nos de algún disgusto. A veces, es como un como caballo desbocado, imposible de controlar  y muy a menudo, incluso nos delata. Ya se sabe:  «De la abundancia del corazón habla la boca».

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com