Cada vez que compramos algún producto, invertimos en bolsa o abrimos una cuenta en una sucursal bancaria, lo hacemos con el ánimo cargado de confianza. Si no nos fiásemos, no lo haríamos. Decía Laurence Cornu que “La confianza es una hipótesis sobre la conducta futura del otro. Es una actitud que concierne el futuro, en la medida en que este futuro depende de la acción de un otro. Es una especie de apuesta que consiste en no inquietarse del no-control del otro y del tiempo”.
Gran parte de la confianza que nos ampara en estas acciones se sostiene gracias a la existencia de reglas, buenas prácticas en el comercio y leyes que protegen al ciudadano, que le aseguran que no será defraudado, timado, o embaucado en esa operación.
Incluso muchas empresas aceptan que sus productos sean devueltos si el cliente no se queda satisfecho.
Sin embargo, puede pasar que las protecciones fallen, que nos engañen o defrauden y, al pedir resarcimiento o devolución, se ponga todo en contra de nosotros y el remedio legal sea tan costoso que terminemos arrojando la toalla y reconociendo sencillamente que hemos perdido. Cuántas veces nos ha pasado que, después de haber comprado un electrodoméstico con garantía de no sé cuántos años, se nos ha estropeado y cuando hemos ido a reclamar, nos han leído la letra pequeña y nos hemos vuelto a casa con dos palmos de narices y sin la pieza de recambio.
De estas sencillas anécdotas podemos pasar a otros niveles de confianza, por ejemplo, las que podría generar una empresa a otra empresa, un gobierno a sus ciudadanos, o una nación a otra nación. Todas estas relaciones basadas en la confianza pueden producir o no intercambios comerciales y beneficios económicos entre dos empresas, más o menos votos en unas elecciones políticas, o exportaciones e importaciones de mayor o menor cuantía entre dos países.
¿Qué determina esta confianza?
En una reciente estadística producida por la UE se comprobaba que los países europeos se fían más de los suecos que de otros porque es la nación con menos porcentaje de fraudes en Europa. En este caso se trata de un dato objetivo, pero también la imagen cuenta. Un país gana enteros en todos los sentidos si proyecta que tiene paz laboral y social, una determinada cultura o buena trayectoria histórica. El turismo también pierde o gana en una nación por el nivel de conflictividad civil, por el grado de delincuencia o por la inestabilidad política. Si los potenciales visitantes vislumbran estos signos negativos terminan minados en la confianza y optan por otras preferencias.
¿Qué imagen proyecta actualmente España al exterior?
Creo que en estos momentos la imagen que se proyecta en otros países a través de los medios de comunicación no es de la mejores: estamos a la cola del paro en la Unión Europea, los sindicatos se manifiestan contra los empresarios que, en definitiva, son la única esperanza de crear empleo e iniciar una recuperación económica, el gobierno tiene un déficit presupuestario superlativo, se gestiona de mala manera un secuestro con piratas como el de “el Alakrana”, se percibe que el Gobierno está supuestamente espiando con el sistema informático SITEL, la economía española se contrae un 4% interanual en el tercer trimestre y un 0,3% en tasa intertrimestral, hay abiertas 730 investigaciones a cargos públicos por corrupción en toda España, los médicos están ya censurando la gestión de Sanidad en la epidemia de gripe A, etc., etc. Si lo españoles supieran cuánto cuesta todo esto en términos económicos, y solo en lo que a la confianza se refiere, una buena parte de los electores se pensarían dos veces antes de ir a las urnas a quien votar. Firmar un cheque en blanco en unas elecciones es un riego demasiado grande para una nación. Confianza en los políticos, la indispensable. Ya decía Quevedo que el mayor despeñadero es la confianza.
Manuel Bellido