Cada vez que paso delante del Colegio de los Salesianos de Jerez, donde estudié cuando era  adolescente, recuerdo con  cariño esas aulas donde aprendí historia, geografía, teoremas, un estilo de vida,  un modo de participar y de ser útil al mundo  y, por supuesto,  donde incorporé a mi ánimo un estimulo para  poder mirar dentro de mí, para buscar y dar  lo mejor de mí mismo, a mí mismo y a la sociedad.  Aquella escuela funcionaba muy bien, se estudiaba, se jugaba, se aprendía mucho. Los profesores, sobre todo, los pertenecientes a la congregación salesiana, eran personas cercanas que nos escuchaban y nos hablaban, se remangaban la sotana y jugaban al futbol con nosotros en el recreo, nos ayudaban a progresar, incluso a los más retrasados, después de las horas de clase le ayudaban a recuperar  conocimientos que no habían asimilado todavía. Esos maestros  nos aprobaban y nos suspendían, porque era el modo de aprender que las metas se conquistan con esfuerzo.  Recuerdo a  estos buenos profesores, uno a uno,  cada uno dispuesto siempre a allanarnos el camino, a socorrernos en las dificultades, a intervenir en las dudas. Nos hacían trabajar duramente y no nos concedían a bajo precio los resultados. Hacían su trabajo tan extraordinariamente bien, que al final de curso, muy pocos o ninguno eran los que se quedaban rezagados. No por condescendencia sino porque sabían enseñar y amaban enseñar.  Por eso asisto con tristeza  a las manifestaciones multitudinarias en apoyo a las huelgas indefinidas en la educación en algunas Comunidades Autónomas. Por eso me entristezco cada vez que veo a adolecentes con pancartas en las manos. Me quedo perplejo viendo a esos  señores, en este caso con las camisetas verdes, que dependiendo del sector para el que protesten  cambiaran el color de su camiseta, para salir a la calle y armar ruido; esos señores que son siempre los mismos, afiliados a sindicatos y pertenecientes a grupos antisistema, o partidos políticos  que viven de la agitación, porque no tienen propuestas constructivas para conseguir el bien común.  Esos que han aprendido incluso a manipular a buena parte de las nuevas generaciones, para  que les acompañen en reivindicaciones políticas y  en lugar de empujarlos a las aulas los sacan de ellas para presuntamente, intentar ganar en la calle lo que no han ganado en las urnas. Recurro a Diego Luis de Córdoba, abogado y político colombiano: “Por la ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la libertad”.

por @mbellido

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