¿Qué sucede en España? Alguien me responderá que los telediarios de todas las cadenas nos lo cuentan todos los días. Pero no nos engañemos, los telediarios no nos cuentan lo que pasa, nos suministran declaraciones de políticos, algún que otro relato que va del amarillo desgracia al rosa cotilleo, todo muy bien mezclado en un cóctel que transmite a muchos ciudadanos momentos de sopor. Un día, quizás, nos despertaremos y entonces descubriremos que nuestra «piel de toro» se ha convertido en algo que nunca hubiéramos querido o imaginado. En España empieza a oler a viejo, a rancio y a podrido, pero no atinamos a ver con nitidez cuál es la alcantarilla que hay que desatascar.

Lo cierto es que, a menudo, nos vienen ganas de abrir los ventanales y dejar que entre aire fresco, savia nueva que circule por los pasillos de los parlamentos, de las instituciones y de los centros de poder para que nutra de servicio, de ingenio y generosidad a todas las Administraciones que tienen que ver con el funcionamiento de la sociedad. En el ambiente recargado por el humo del desencanto se respira necesidad de cambio y de recambio. Pero, ¿hacia dónde mirar para buscarlo? La juventud es un recurso necesario e indispensable para producir esos cambios, precisamente por esas características acerbas que conlleva: fuerza, ilusión, ingenuidad… Características que se contraponen a una cultura que ha ido transformado la madurez en conformismo, la sabiduría en cinismo exacerbado y la capacidad creativa en producción material. Desgraciadamente una buena parte de esa juventud, que estaría llamada a ser el futuro timón de este barco casi a la deriva que parece España, también se ha dejado adormentar, anestesiar y embaucar por esos encantadores de serpientes que anidan estratégicamente en las esquinas mediáticas de nuestra sociedad. Es curioso que ya haya sectores de la sociedad que se estén acostumbrando a mirar sin demasiada preocupación el hecho de que tengamos más de cuatro millones de parados. He escuchado a alguien muy joven decir recientemente en el transcurso de una conversación donde se hablaba del paro: «¿y lo bien que lo está haciendo este Gobierno con las prestaciones sociales?».

Disgusta comprobar que la distancia entre jóvenes y el «resto» es cada vez menos amplia de cuanto tendría que ser o no es lo suficientemente profunda como para provocar un «68» que zamarree los chiringuitos políticos y económicos que son lo que mueven los hilos en este teatro. Strómboli, el titiritero, el amo de los muñecos, siempre se divierte con Arlequín y Polichinela aunque se estén dando palos o rompiéndose los huesos. El público paga una entrada demasiado cara para asistir a ese espectáculo bochornoso que no repercute ni en desarrollo ni en progreso y cuando vuelve a casa, mientras se toma una sopa de sobre y una cerveza de litro, sueña el devenir virtuoso de una historia que un día hará de Andalucía «el máximo» sueño que, andaluces y andaluzas, ciudadanos y ciudadanas, compartimos con fe, esperanza y paciencia.
Manuel Bellido

por @mbellido

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