Estamos agotados. Hemos estado de mal humor. Hemos vivido en un estado de desasosiego que impregnaba la vida cotidiana. Llevamos meses de agria confrontación política y, encima, el país no iba bien: la economía deteriorándose, el paro subiendo, la bolsa cayendo, la inflación desbocada. Y los españoles quejándose, con razón, porque los sueldos dan para menos. Y no hablemos de las quejas de los que, además, tienen que cargar con una hipoteca. Mantener el tipo y el humor en semejante situación ha sido y es todo un desafío. ¿Y los políticos? Pues a su bola, algunos subidos en el tren de la confrontación, en los vagones de la descalificación y de los insultos, usando, una y otra vez, un verbo de moda y que se conjugaba, durante la campaña, de forma limitada y abreviada: tú crispas, él crispa, vosotros crispáis, ellos crispan. ¿Para qué perder tiempo en razonar discrepancias y ofrecer soluciones a los problemas que se nos estaban echando encima, si desde algunos sectores antisistema lo que se les pedía y aplaudía es que dieran caña? ¡Viva el espectáculo! Y entre descalificaciones e insultos, confundiendo crítica y calumnia, hemos sobrevivido a un inicio de 2008 agotador, donde, además, nos tocaba subir la cuesta de enero y hasta la de febrero.
A estas alturas no podemos seguir perdiendo tiempo. A la mayoría de la gente ya no les satisface una democracia virtual o aparencial, donde los oligarcas de cualquier tendencia intentan disponer arbitrariamente de vidas y haciendas personales y hasta de las conciencias, sólo por mantenerse ellos en el poder. La gente quiere remedios. Quiere gobernantes que hagan una gestión eficiente de los recursos, que propicien la mejora de la prosperidad colectiva con presupuestos equilibrados, impuestos reducidos y gasto público racionalizado y que, respetuosos con las libertades individuales, intervengan lo mínimo indispensable en los mercados.
El nuevo gobierno que se forme tras el veredicto de las urnas tendrá que promover la cultura de la libertad y de los valores de Occidente y apoyar con firmeza una educación de calidad que forme una clase dirigente apta para afrontar con inteligencia los desafíos de la modernidad y de la globalización. Tendrá que fomentar la conciencia del patrimonio común en cultura, en arte, en historia, en medio ambiente, y gobernar con una visión dinámica de la identidad nacional, del desarrollo sostenible y de los nuevos derechos civiles, sociales y ambientales que se van abriendo camino. En ese sentido será imprescindible apoyar la cultura de la responsabilidad, del esfuerzo y del mérito a todos los niveles de la sociedad. Habrá que impulsar mercados abiertos, con la aplicación de impuestos moderados, para que las empresas puedan invertir y seguir creando empleo. Y, por supuesto, nada de saltarse la libertad de expresión, el imperio de la ley, el derecho de propiedad privada y la competencia económica.
Y todo esto habrá que hacerlo mediante el diálogo y la confrontación de pareceres, dentro de un clima de tolerancia, de libertad y de fe en el progreso, facilitando a los individuos mucho espacio para su desarrollo personal.
Creo que no es mucho pedir que el nuevo gobierno crezca en ética y que se recupere en política el sensus communis.