Con los años, cana a cana se va blanqueando mi cabeza, sin embargo no me preocupa. Esta blancura se convierte día a día en alas para mi libertad. Esta canicie es símbolo sutil de lo vivido y fuente claustral de la experiencia. Es como una frialdad abstrusa que se incorpora en mí vivir para mirar despaciosamente lo que corre y va fuera de mí. Huyo de los mares revueltos e intento pescar solo estrellas con el bambú maduro de los años. Dejo crecer en mi jardín los lirios de las buenas letras y de la poesía y me conmuevo solamente con la leve congoja del amor verdadero. La palpitación es ya más lenta y me susurra en cada latido, las remotas voces de la sabiduría; esa placida perla por la que vale la pena abandonar todo el resto. Las canas acompañan también, a menudo, lloviznas de lagrimas, ásperas o blandas pero siempre a tiempo y se aprende a llorar sin esconderlo porque la blancura sabe disolver los sonrojos. El pasar de los años nos induce a peregrinar; a esta edad ya se sabe que la vida es un viaje y que cada paso es un día, y que el tiempo entre dos pasos es una noche. Busco, a veces silencio en los rincones, para no olvidar a los que ya se fueron y se que me esperan. Hoy mientras me peinaba, delante de un espejo, intuí que mis canas son la fiel evocación de lo vivido.

por @mbellido

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