Tenía yo siete u ocho años cuando un día mi padre, después de haber entendido que yo no sabía distinguir cuál era la popa y cuál era la proa de un barco, me llevó en autobús al Puerto de Santa María, y en el embarcadero, desde donde todavía hoy parte el vaporcito para Cádiz, probó a enseñarme con mucha paciencia los términos náuticos más elementales: babor, que es el lado izquierdo de la embarcación, banda, barlovento, borda, aparejo… ¡Qué bien, recuerdo, lo pasé aquel día!. El cielo era muy azul y el mar variaba del azul al verde. Las gaviotas sobrevolaban nuestras cabezas y yo, embobado con sus acrobáticos vuelos, respiraba a todo pulmón aquella fragancia de sal que penetraba mi nariz como el cloroformo. Olía a mar, a algas y a pescado. La brisa ligera me puso la piel de gallina y mi padre me cogió de la mano. Yo me sentí seguro y protegido. En aquel tiempo, él era mi brújula. La proa inocente de mi barquito, el mejor sitio en cubierta para «otear» el horizonte, navegaba por aquel entonces hacia un hermoso futuro abierto.

Han pasado muchos años de aquel hermoso recuerdo y hoy, desde tierra adentro, navego metafóricamente otros mares, en busca de nuevos puertos. A veces, aunque me crea Ulises, Simbad o Gilgamesh, solo soy Geppetto, el padre de Pinocho, que en medio de un mar agitado, sin poder dominar el bote, se deja tragar momentáneamente por la ballena. Otras veces me envalentono como Fernando de Magallanes, como Alonso de Ojeda, como Juan de la Cosa o como Vasco Núñez de Balboa y zarpo hacia mares desconocidos para descubrir y conquistar nuevas tierras. Alguna que otra vez, como en Moby Dick, revivo la lucha del capitán Ahab y persigo enormes cetáceos blancos. He aprendido que en todos los mares hay algún filibustero, corsario o bucanero que pretende robar el tesoro. También he tenido ocasión de encontrar más de una vez a personajes que, sin saber que los dioses de la mitología griega son tan sólo fruto del ingenio humano, se han hecho pasar por Anfítrite, Glauco, Halia, Proteo, Tetis, Ceto, Egeón, Poseidón, Tritón o Nereo y, con la argucia de los farsantes, han intentado venderme falsos mapas del tesoro entre cantos de sirenas. Ahora, paso a paso, estoy aprendiendo a manejar mejor este barco, a navegar con algo más de destreza, poner rumbo certero con la experiencia acumulada. A veces, incluso, soy capaz de dejar atrás esa hermosa estela de espuma blanca que otros pueden contemplar. La proa rompe el agua y desgaja segura la verde transparencia de las olas, rumbo a mis sueños, por los que lucho, vivo y muero. Probablemente alguien intentará distraerme indicándome el camino hacia esa isla que no existe, pero a la cual se llega girando en la segunda estrella a la derecha y volando hacia el amanecer. Ganaré barlovento y navegaré contracorriente. Rumbo seguro. Buscando cada día con esa brújula, que la vida me asignó, el norte de una nueva idea y de una nueva meta, pero con el corazón anclado, para siempre, en el sur profundo de mi antiguo y único amor.

por @mbellido

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