Hace unos días «una lectora agradecida», así firmaba su carta, me ha mandado una caja bellamente decorada en su tapa con cromos antiguos. En la exquisita carta que acompañaba el engalanado paquete esta benévola lectora me decía entre otras cosas: «A veces sus artículos me hacen soñar, son hermosos lienzos de múltiples colores, luminosas historias compuestas de palabras que, como usted nos cuenta, va a escoger, una a una, en la tienda de las palabras, para hacer soñar a quien las lee». «Demuestra una sensibilidad que seguramente le permitirá acoger con agrado estos trozos de fantasía que contiene mi obsequio. Esta vez le toca soñar a usted.» Ni que decir tiene que no perdí un segundo. Abrí la misteriosa caja y una treintena de antiguas revistitas infantiles aparecieron ante mis ojos produciéndome desconcierto y al mismo tiempo una fuerte emoción.

Mucha de esa literatura me había acompañado agradablemente en incontables tardes de mi infancia y adolescencia. ¡Cuantos recuerdos! Entre las primeras revistas había un par de antiguos TBO. Me puse a ojearlos y volví a encontrar a La familia Ulises, a Eustaquio Morcillón y Melitón Pérez, a Josechu el vasco. Mis ojos también se detuvieron con la misma curiosidad de entonces en la página de «los grandes inventos del TBO». Seguí acariciando entre mis manos esas joyas de papel coloreado y esta vez encontré a Mickey Mouse, Donald, Pluto, Goofy, Minnie, Chip y Chop, Daisy, Tio Gilito. En otras, seguramente editadas en el extranjero, me topé con Winnie the Pooh y con Igore, Tigger, Pigglet … Sentía mis sentidos golosos y glotones, cómo la mirada y el deseo ante la vitrina de una pastelería repleta de dulces y chocolates. Aquel desfile no terminaba nunca de saciarme. Había más. En otras más recientes, publicadas por alguna productora de Walt Disney, aparecían también Peter Pan, el Rey León, La Sirenita, Pinocho, los personajes de Bichos, Hércules, Dumbo, Cenicienta, Pepito Grillo, Mulan, Bambi… los personajes de la Bella y la Bestia, de Alicia en el país de las Maravillas, de Blancanieves y los siete Enanitos, de Los Aristogatos, del Jorobado de Notre Dame, de Lilo & Stich, de Pocahontas, de Merlín el encantador, de Robin Hood, de Tarzan, de La Dama y el vagabundo, de El Libro de la Selva, de 101 Dálmatas, de La Bella Durmiente y de Mary Poppins. Levanté los ojos de esas deliciosas y fantásticas páginas y traté de tomar tierra y recuperarme de la emoción. Por unos momentos había viajado a un lugar de ensueño y magia, a un mundo de fantasía a través de historias e imágenes de héroes, hadas, brujas, duendes, gnomos, elfos, sirenas, dragones y unicornios. El regalo de esta amable lectora había conseguido su fin. En su carta llena de gentil galantería añadía que, en un mundo de fealdades como el que a veces nos toca padecer, leer escritos como los míos era como encontrar en un bosque a un unicornio, «ellos siempre han representado en la literatura fantástica la fuerza, la libertad, la imaginación, los sueños, y las ilusiones…» Recordé en ese momento otra bonita historia: La historia interminable de Michael Ende. Y de ella un mensaje lleno de sencillez y claridad: «Si dejamos perder la ilusión, la nada se puede apoderar de nosotros». Gracias amable lectora ¿o eres una dulce y afable hada del país de los sueños?

por @mbellido

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