Con dieciséis años dejé mi casa y me fui a trabajar y a estudiar a otra ciudad. Era poco más que un adolescente cuando empecé a hacerme cargo de mi mismo. Aquella decisión me permitió comenzar a afrontar la vida con un estado mental y una actitud que me consintió crecer mejor en mi camino de maduración y afrontar más serenamente el siguiente escalón al mundo adulto. Hoy mirando los frutos de la educación de mi hija veo con satisfacción que haberle transmitido ciertos valores y pautas de comportamiento ha permitido que su madurez emocional sea uno de sus mayores tesoros. Creo que entre sus logros, uno de los más valiosos haya sido aceptar su propia unicidad, desarrollando al mismo tiempo la voluntad y capacidad de caminar con sus propios pies. Con solo 22 años es para mi hoy un extraordinario ejemplo. Admiro a mi hija.
Para mí no fue fácil. Tuve que descubrirlo solo. Mis padres no supieron ayudarme como quizás yo haya podido hacer con mi hija. Cuando se es adolescente no está aún suficientemente asentada la madurez emocional, hay lazos arcaicos difíciles de romper: dudas, miedos, dependencias… y a veces resulta más fácil querer seguir viviendo sin afrontar responsabilidades, siendo en esto una prolongación de los padres. Si esta actitud no cambia, hace que muchas personas sigan siendo “adolescentes” el resto de su vida, con los innumerables problemas que esto acarrea. Recuerdo aquellas primeras experiencias dolorosas lejos de casa que me hicieron comprender muy pronto que en realidad siempre estamos solos en los momentos cruciales de nuestras existencias. Somos nosotros los que tenemos que decidir y mojarnos. Nadie puede liberarnos de nuestras propias responsabilidades. Cuando fui joven busqué y acepté consejos, pero decidí yo solo donde vivir, que estudiar, con quien relacionarme, que estilo de vida habría llevado, con quien compartiría mi camino y cuales eran mis convicciones. Y asumí las consecuencias. Alguien me dijo una vez que solo los malos actores necesitan apuntador. El papel que cada uno quiere vivir en la vida es solo responsabilidad de uno mismo y si es verdad que en la otra vida se nos pide cuentas, será a nosotros, no a nuestros padres, parientes o amigos. Mi padre antes de morir me dijo que estaba orgulloso de mí. Yo ya era un adulto. Mi hija es aún joven y yo no quiero esperar a que tenga otra edad para decirle que estoy orgulloso de ella.

por @mbellido

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