He pasado  hoy por una residencia para la tercera edad. He ido a visitar a un amigo al cual le había perdido la pista hace más de un año y la semana pasada , por casualidad, alguien me habló de su enfermedad y de su  nuevo paradero.   En la recepción me indicaron su habitación  y mientras recorría los pasillo, muchos mayores de cabellos grises sentados en butacas me saludaban cordiales como si se tratara de un hijo que iba a visitarles. Entre ellos y el personal que los asistía había un verdadero clima de familia. Los mayores eran de diversas edades; quien tenía ya 90 y quien había recién cumplido 70. Una señora muy arrugadita pero con ojos muy luminosos estaba muy cerca ya de los 100. Mientras saludaba a un mayor que esperaba el ascensor he visto que un enfermero empujaba la silla de ruedas que llevaba a mi amigo a  rehabilitación. La enfermedad había hecho mella en su semblante. Lo abracé casi sin poder articular palabras. Este hombre,  que siempre se había distinguido por su vitalidad, por su capacidad para establecer relaciones sociales, que desde los 25 años, (ahora tiene 70), había trabajado en el sector de la  comunicación, había  dirigido una agencia y en los últimos años una revista especializada, ahora estaba allí postrado en una silla de ruedas,  incapacitado para una movilidad normal por la amputación de una pierna  y llevando consigo el pesante fardo de la soledad. Me senté junto a él y estuvimos charlando un buen rato. Escuchándolo y hablándole traté por unos momentos de liberarlo de la prisión de la tristeza.

Le estoy dedicando tiempo desde hace meses al recién nacido Observatorio para Mayores de Andalucía, una experiencia enriquecedora que me está introduciendo en la realidad, vida, dificultades, problemas y limites de esa edad. A menudo, en el autobús  o por la calle encuentro algún anciano triste y quizás resignado a la soledad.  Personas que durante la vida habrán dado mucho y, seguramente, tienen aún mucho que dar y que enseñar,  pero que sin embargo, la sociedad no se para suficientemente a escucharles y a acogerles como merecen.

Nuestros mayores son un valor enorme para la sociedad, sobre todo para los jóvenes. No puede llevarse a cabo una verdadera educación y un  verdadero desarrollo humano sin un contacto fecundo con nuestros mayores. La existencia de los ancianos es una especie de libro abierto en la que todos podemos encontrar indicaciones para continuar el camino de la vida. Antes o después todos nosotros llegaremos a serlo, conviene asumirlo y prepararse para  que no nos coja desprevenidos.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com