Hoy tengo la cabeza llena de levante. Bajo un cielo gaditano y sin arrugas, este océano conocido me llena como siempre de ingenuas sensaciones. Acaricio tu imagen en este horizonte salado y alimento ansias pescadoras. Suelto amarras y me adentro en las profundidades para robarle a Neptuno sus tesoros y hacerte un collar de conchas de colores. Serán estas olas de espuma blanca que hoy envuelven cuerpos de sirenas chispeantes y llenan mis bolsillos de sueños imposibles y palabras nuevas para volver a esta cita mensual y, con permiso, escribir otro nuevo fragmento de la vida que hoy, también, dedico a ti. Fue precisamente en esta playa donde hace muchos años mi padre con su timidez sabía y ocurrente me confesó que las mujeres eran Eva y uva, manzana y paraíso. Hoy, mirándote, descubría en ti un profundo silencio de miradas y viento alegre de retama. Eres la mujer de mis horas sombrías, que logra echar las sombras matizadas fuera de mi habitación, haciendo guardia a todas horas para velar el sueño de este inmóvil guerrero que, a veces, no sabe amar lo que tiene y no sabe no amar lo que desea, creyéndose un mago o un ángel inmortal.

Perfume áspero de naranjas amargas, ojos dulces de almendras selváticas, manos nómadas que acarician con calidez, espíritu denso como intenso es el aroma de un grano de café. Tú, que a veces no me crees, me enseñas cada día a creer siempre en mí. Contigo puedo ser un gran mago, comer fuego como un dragón, hacer sobre la cuerda el equilibrista y hacer tres saltos sin caer en la red, sacar del sombrero conejos blancos e inventar cada día números mágicos, meter la cabeza en la boca de un león, hacer de hombre invisible o de hombre bala en el cañón.

Sigue soplando levante, como un inmenso suspiro que se entremezcla con mis pensamientos. ¡Qué bonito sería naufragar contigo en playas de arena clara y sombra de palmeras! A pocos metros en la orilla mueren con las olas conchas vacías. Me acerco una caracola al oído y escucho en estéreo el rumor de este mar. Es como escuchar música antigua dentro de una gran Catedral.

Reabro los ojos en un despertar salado de mar. Es como cuando te despiertas de un sueño y, mientras te preguntan qué has soñado, ya se te ha olvidado. La escena que se había parado vuelve a cobrar vida: sombrillas de colores, toallas estampadas, padres que construyen castillos de arenas para sus hijos, abuelas que se embadurnan de crema protectoras, mujeres hermosas exponiendo sus cuerpos como girasoles, rumores y músicas de radios de frecuencia modulada y olor de sardinas asadas en el chiringuito de al lado. Siento el deseo de escribir un mensaje, esconderlo en una botella y lanzarlo al mar. A la mujer que llena de luz mis horas sombrías: Gracias.
Manuel Bellido

por @mbellido

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