Las vacaciones han terminado. He viajado, desconectado, soñado, leído; he conocido a nuevas personas y he encontrado a viejos amigos, he disfrutado visitando ciudades en Estados Unidos y en nuestra vieja Europa. También he tenido tiempo para escribir, pero apartándome de cuestiones de actualidad. He llenado mi block de notas contando lo que vivía, narrando la percepción de lo que me rodeaba, casi profesando un culto a cada sensación nueva. No me abandonó la tentación de meter la nariz y pronunciarme sobre cuestiones políticas, bioéticas, ecológicas o deportivas, pero decidí darme un descanso. Cuestión de higiene mental. Hoy, volviendo a la redacción, las obligaciones son otras y me decido a hablar de algo que nos viene preocupando a todos desde hace tiempo y sobre lo que habría mucho que aclarar. Hace meses, el encuentro con un médico amigo y sus comentarios sobre la nueva gripe me impresionaron muchísimo y me hicieron reflexionar sobre el tema. Está claro que cada uno puede tomar posiciones y opinar sobre casi todo, pero no es lo mismo cuando la opinión proviene de un especialista en materia. Por otra parte, la diferencia entre la manifestación en privado de una opinión y la intervención intelectual que se hace pública a través de un medio de comunicación, es enorme. La gente discute con los amigos en la cervecería y se puede hasta permitir el lujo de decir tonterías, como sucede a menudo cuando se habla de cosas que se conocen insuficientemente o de manera equivocada, pero su opinión no sale del círculo mínimo de las personas que han tenido la desgracia o la fortuna de escucharla.

Este verano, mientras recorría aeropuertos y me dejaba impresionar por los carteles, las medidas de seguridad y los controles que se hacían relativos a la gripe A (H1N1), he recordado las palabras de ese médico experto en la materia. Me hizo, sin parpadear, un comentario en pleno mes de mayo, cuando los periódicos y las televisiones abrían portadas y telediarios con noticias sobre la nueva gripe: «Sabemos muy bien que este tipo de virus se ha producido en laboratorio, que se haya mutado sólo pasando a los cerdos es una mentira colosal». No dije nada, no añadí ningún comentario pero memoricé esas palabras. Más tarde, en Internet y en algún periódico mejicano, también llegué a leer titulares como este: «La organización Mundial de la Salud cree que ha sido un error de laboratorio el posible origen de la A/H1N1» Durante el verano he seguido leyendo por aquí y por allí comentarios de expertos en tono muy parecido: algo se crea en un laboratorio y, por un supuesto error humano, se difunde por doquier.

Una persona que está en contacto permanente con la OMS también me dijo recientemente: «Si tú supieras las variantes de virus gripales que se crean en laboratorio para después comercializar las relativas vacunas…». Si algo de todo esto fuera verdad, me pregunto en manos de quiénes estamos y por qué tan fácil lo tienen algunos para jugar con las vidas humanas. Que lo haga la industria farmacéutica tiene delito, pero más delito pueden tener los políticos encargados de velar por nuestra salud si no investigan y no ponen freno a estas presuntas prácticas deshonestas. Mientras tanto sigue creciendo el número de muertes.
Manuel Bellido

por @mbellido

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