Sabía que si empezaba este artículo escribiendo la palabra euro, el lector tendría la tentación de pasar la página enseguida. A pesar conociendo ese riesgo, he creído que merecía la pena reflexionar sobre una cuestión que condicionará nuestra economía personal en este próximo verano, si el destino vacacional elegido es un viaje por otros países de la UE.

Tenemos un mercado único, usamos la misma moneda, consumimos los mismos productos y sin embargo los precios son distintos en cada país.

Bruselas lo sabe, ya que analiza constantemente estas diferencias de precios entre los Estados miembros, comparando importes de alimentos perecederos y de productos tecnológicos. Los europeos también lo sabíamos pero ahora se hace más patente y no deja de sorprendernos cuando pasamos de un país a otro, con la misma moneda en el bolsillo y topándonos, sin necesidad de calculadora, con la cruel evidencia de que el mismo producto cuesta en el supermercado de un país dos o tres veces más que en el supermercado de otro.

Después de recorrer media Europa con ojo avizor hemos entendido que si tenemos que comprar algún aparato tecnológico, mejor comprarlo en Alemania que en Bélgica o Suecia. Si se trata de una cámara de video o de un discman portátil encontraremos mejores precios en Italia. En cuanto a la alimentación, la merluza cuesta menos en Italia, la leche cuesta más en Suecia, las patatas menos en Irlanda.

¿Las causas de estas diferencias? La producción de origen. Es natural que ciertas frutas y verduras cuesten menos en países mediterráneos donde se producen, que en el norte, donde las importan. Otro elemento es el IVA, que mantiene diferencias notables, como las que hay entre Luxemburgo y Suecia. Otra causa son los costes del transporte. Pero quizás el motivo más significativo deriva de las todavía omnipresentes restricciones comerciales entre los quince países que, sin pudor alguno, se saltan a la torera la aplicación de la libre circulación de mercancías.

El viento del euro nos ha traído esta y otras ráfagas de novedades, como los aumentos indiscriminados de precios y tarifas de los que muchos ciudadanos se siguen lamentando. El euro y el “redondeo” han sido la ocasión de que muchos comerciantes y productores revisaran los precios de mercado y ya se sabe que los precios responden siempre a dos criterios psicológicos, aparentemente contradictorios. Debe ser “redondo” es decir que la precisión de la composición numérica pueda facilitar el impulso de compra y por otra parte debe atenuar en lo posible el impacto negativo en el cliente, por ejemplo escribiendo 999 en lugar de 1.000.

El euro nos ha traído estos y otros trastornos pero un día no muy lejano le estaremos agradecidos. Poco a poco veremos como se unifican los precios y eso permitirá que una ama de casa que vive en Lisboa donde en el Supermercado encuentra la botella de Coca Cola de litro y medio a 1,73 euros, no tenga que coger el avión para acercarse a un supermercado de Paris donde la misma botella le cuesta 1,14 euros.

Otra conquista que también veremos será la unificación del poder adquisitivo de todos los europeos. Hoy no es así. Si esa señora portuguesa de la que hablábamos antes es enfermera vivirá peor con su sueldo bruto de 960 euros que una colega suya de Bruselas que haciendo el mismo trabajo gana 2.040 euros.

No podemos ser catastrofistas, es sólo cuestión de paciencia.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com