Esas actividades y labores concretas, ya sean intelectuales o manuales, que realizamos a cambio de una compensación económica, o sin ella, y que llamamos trabajo, nos abren a los seres humanos un abanico de posibilidades. La primera es el derecho a participar en la posesión de los bienes de la tierra; otra la de conocer y ayudar a la comunidad en la que vivimos, junto con la de ganar lo que corresponde con “el sudor de la frente” y mejorar las condiciones de vida de las familias; también la de satisfacer la fundamental exigencia de cada uno de ser artífice y, asimismo, de remar mar adentro, sin límites y sin orillas, en los campos de la investigación científica y de la innovación tecnológica… La posibilidad de trabajar nos ofrece mecanismos para poder provocar cambios en la estructura social.
Estar presente en este mundo del “hacer” que se vuelve cada vez más tecnológico, con procesos, programas o aplicaciones, es ponerse manos a la obra para resolver los desafíos que se ciernen sobre nosotros, sobre la humanidad entera; es hacer posible que esos avances impacten de manera positiva en las vidas de miles de millones de personas; es crear abundancia, derrotar a la palabra imposible y abrir paso a la existencia de lo posible. Trabajar con las nuevas tecnologías nos permite tomar eso que es escaso y volverlo abundante. Así lo escuchaba decir recientemente a Peter Diamandis, presidente y CEO de la Fundación X PRIZE y co-fundador de Singularity University.
La tecnología es una fuerza que libera recursos, por ejemplo en el campo de la comunicación, donde dentro de muy poco, en 2020, habrá cinco mil millones de personas en el mundo conectadas a Internet. Cinco mil millones de personas cuyas mentes se sumarán a una conversación mundial, que enriquecerán la capa mental de la Tierra, cuya salud podrá mejorar gracias a la e-Salud, que podrán acceder a una mejor información y educación, que gracias a la computación en la nube podrán disponer a través de la impresión 3D de piezas y recambios para construir cualquier tipo de artefacto multiplicando así la productividad.
Surgirán nuevas tecnologías que cooperarán cada vez más a aproximar y relacionar establemente entre sí a los seres humanos y a llevarlos a una especie de moleculización universal, haciéndoles comprender que la humanidad es una sola familia, una gran unidad en la pluralidad. Si ponemos al ser humano al centro de todas las miradas y de todas las atenciones, referencias y objetivos, esto obligará a las tecnologías a ser concretas, positivas, útiles, solidarias y a colmarse, por tanto, de sentido.
Una tecnología que tendrá que servir para que cada vez más seamos libres, con esa libertad que permite ser y estar sin ser poseídos, ni arrebatados, ni alienados por otros.
Las nuevas tecnologías no tendrían que hacernos abdicar a la vida interior, ni que nos olvidemos de valores, de ética, de propósitos compartidos para el bien común. El perderlos tendría como consecuencia un inmediato extravío. Las nuevas tecnologías tendrían que ser instrumentos de la cultura de la colaboración, ese exponente de una ingeniería social de máxima calidad, capaz de tejer los mimbres del éxito empresarial y del bienestar social.
Manuel Bellido
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