Nos está tocando vivir una época algo oscurecida por la crisis del COVID-19 y por el deterioro dramático de nuestra economía. Es más, en la última década, nuestra civilización consumista, también a nivel de ideas, ha puesto en evidencia la noche que vive la cultura de occidente y concretamente la europea, donde se ha ido afianzando un humanismo carente de referencia de nuestras raíces históricas y también de cualquier tipo de Absoluto. Ciertamente la política y la economía, encarnadas en los poderes públicos o privados, no han servido de faro iluminante para ofrecer una visión trascendente de la vida. Tampoco los medios de comunicación han aportado una luz necesaria para descubrir aquellas realidades que elevan el alma humana en lugar de embarrarla de vanidades, sensacionalismo y superficialidad. Los pocos espacios de Belleza que de vez en cuando nos regalan son pequeñas luciérnagas para iluminar por dónde caminamos.

En este punto, no creo que exista otra solución para enderezar el camino hacia un mundo mejor que el de recuperar la fe en la humanidad y redescubrir a cada persona en todas sus dimensiones, porque el nudo de la cultura es precisamente la persona humana. A veces sucede que sustituimos lo pensado y elucubrado a lo real existente. Ha venido sucediendo así con los empresarios, a los cuales se les ha demonizado e ideologizado hasta la saciedad por parte de una minoría demagógica, pero influyente, o por grupos políticos nostálgicos de otros tiempos que, por decirlo con palabras de Winston Churchill: “miran al empresario como el lobo al que hay que abatir… otros lo miran como la vaca a la que hay que ordeñar; pero muy pocos lo miran como el caballo que tira del carro”.

A aquellos que miran con desconfianza a los empresarios habría que recordarles que las empresas son el motor de la economía, generadoras de empleo y desarrollo, que ser empresario es una profesión de riesgo que requiere mucha constancia y sacrificio. No recuerdo ningún Plan de Educación en España que haya contemplado inculcar en los jóvenes la legitimidad, la necesidad y el valor de los empresarios y el rol fundamental que desempeñan en la sociedad.

La paciencia es la virtud de los fuertes y los empresarios tienen esa virtud. Da igual que lengua hablen, que creencias tengan, que origen o de que raza sean, los empresarios son, en su mayoría, gente de buena fe, de un coraje extremo, hombre y mujeres de buena voluntad, y hoy, en momentos en que la pandemia ha sacudido nuestra sociedad y nuestra economía, siguen trabajando y sacrificándose para mantener puestos trabajo y para aportar prosperidad y ofrecer lo mejor de sus productos y servicios para el bienestar de todos.

Manuel Bellido

por @mbellido

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