He vivido, desde que tengo uso de razón, inmerso en el mundo de las palabras. Mi afición por la lectura y por la escritura, me ha llevado a profundizar siempre en los conceptos: desde niño nunca faltó un diccionario en mi mesa de trabajo. Tampoco faltó nunca, ni falta hoy, la conciencia, la razón y la curiosidad para profundizar sea en la realidad en la que vive inmersa la sociedad, sea en la capacidad de algunos políticos para alterar con el lenguaje la sustancia de las cosas. A este propósito me sorprende, por ejemplo, lo que se pretende hacer con los vínculos familiares. Ciertas ideologías han dado pasos impensables creando figuras parentales con números progresivos (1, 2, incluso 3, en lugar de padres y madres); o la reciente reforma de una ley en Alemania que ya no considera a la familia fundada sobre vínculos naturales, sino sobre «vínculos electivos». Lo que quiere decir es que la voluntad se convierte en arbitrio absoluta para autodeterminar y elegir a los propios familiares, en sustitución de la naturaleza que los genera.
Otro ejemplo del lenguaje “pervertido”: lo que se llamaba “útero de alquiler”, es decir arrendar una parte del cuerpo de otra mujer fuera de la familia para tener un hijo, ahora intentan camuflarlo con una “gestación para otros”. Se le cambia el nombre para tranquilizar sobre un cambio de sustancia que en sí mismo no cambia. Se sigue utilizando a la mujer como una simple incubadora.
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