Siempre he considerado la literatura y la música instrumentos capaces de hacer vibrar sentimientos y emociones. Mientras escribo soy conciente que suscitaré algo en quien me lee. Al mismo tiempo mientras garabateo estos post de mi blog se despiertan en mí, dolores, alegrías, tristezas, anhelos y sobre todo sorpresa. Las palabras que van componiendo el texto me sorprenden y me atrapan en una especie de estupor por la magia que contienen. Las palabras evocan y se enredan en una serie de conexiones que estimulan el alma, la memoria, el sentimiento y la razón. Escribir es un desafío a los propios límites. Escribir es mirar otra vez lo que ya hemos mirado en algún momento del día o en cualquier momento de nuestra vida. Escribir es volver a mirar para nombrar lo que probamos. Lo cotidiano, lo habitual y lo banal se convierten por alguna quinta esencia en algo especial, único y extraordinario. Escribir es saludable, tan saludable, como pasear en medio de la naturaleza, respirar el aire puro de las montañas o contemplar el ocaso en la playa de nuestra infancia. Escribir nos permite crear nuevos proyectos, liberarnos de fantasmas del pasado, razonar lo irrazonable, llamar a las cosas por su nombre, aprender a decir lo que sentimos. Escribir es no olvidar lo que amamos y despeñar por el terraplén de olvido aquello que nos dolió.