En la etapa de mi vida que viví fuera de España, entre los años 70 y 90, me hice experto en grandes viajes, en costumbres y culturas diversas, ya que formaban parte de mi trabajo. Pasaba de una región del mundo a otra viviendo infinidad de nuevas experiencias emocionantes y desafiantes. Le ponía mucha dosis de buena voluntad, de empatía y de curiosidad para conocer con respeto nuevas culturas, nuevos idiomas y costumbres diferentes, transformando así la incertidumbre y la ansiedad de lo diferente en enriquecimiento y crecimiento personal.
Aprendí que tomar conciencia de la diversidad era el primer paso para comprenderla y acogerla. Así cada encuentro con nuevas personas significaba predisponerme a comprender y a tener presente lo que teníamos en común y lo que nos podía diferenciar.
Hoy, echando la vista atrás y con el bagaje de mi rica experiencia, entiendo que sin un diálogo sano, abierto y generoso el multiculturalismo es estéril ya que presupone una simple coexistencia entre culturas, sin que necesariamente haya interacción. De hecho, el enfoque intercultural conlleva solo la conciencia de la existencia de la diversidad, el pluralismo lingüístico y cultural.
Por ejemplo, la diversidad cultural se manifiesta en las diferentes representaciones mentales de los ciudadanos de cada región del mundo. Para facilitar la comunicación, la comprensión y la acción entre personas cuya lengua y cultura son diferentes es necesaria una actitud abierta, sin prejuicios hacia esas nuevas representaciones mentales llevando a cabo un diálogo respetuoso.
¿Como se traduce esta acción en lo concreto? Intentando interpretar las expresiones, intenciones y percepciones de un grupo por parte de otro, con el fin de establecer una comunicación equilibrada y favorecer el acercamiento entre culturas lejanas, facilitando el encuentro y no el desencuentro y el entendimiento mutuo entre realidades diferentes.
Por mi experiencia puedo afirmar que es necesario siempre superar manías y tópicos. Un primer paso sería predisponernos a la escucha liberando nuestra mente y nuestro corazón de prejuicios y estereotipos. Esto vale a todos los niveles. Cuando pensamos que ya sabemos quién es el otro y lo que quiere, entonces nos cuesta mucho escucharlo seriamente.
Escuchar empáticamente no es simplemente oír. La escucha activa necesaria para que cada encuentro nos enriquezca es aquella que se lleva a cabo para comprender, no solo para responder.
Nuestro planeta está atravesando un momento conflictivo que incluso podría desembocar en un “cambio de época” no necesariamente mejor. Solo si logramos mantener la perspectiva de un mundo unido nos podremos abrir con respeto a los distintos mundos de la cultura y descubrir muchos aspectos aún inexplorados y apasionantes que nos enriquecerían social y personalmente.
La fragmentación actual debilita particularmente el saber, las ideas, el pensamiento, el progreso, la economía, la lucha para afrontar los riesgos del cambio climático. En esta “tercera guerra mundial a trozos” como la define Francisco, los diversos mundos culturales no sólo no interactúan, sino que se evitan, apenas se rozan o incluso se rechazan, desatando relaciones conflictivas en el tejido social y a nivel internacional.
Seguramente, como siempre suelo decir, no podemos cambiar el mundo, pero sí podemos cambiarnos a nosotros mismos. Da igual que rol tengamos en nuestra sociedad o que ámbito de influencia, sea cual sea nuestro papel, tendríamos que ser capaces de poner al centro de nuestras acciones a la persona humana, sin perder de vista la apertura de los seres humanos a lo trascendente y, por supuesto, respetando su dignidad y su diversidad.