¿Qué es mejor saber citar una buena farse de Goldratt o haber leído La Meta, La carrera, o el Síndrome del pajar?. ¿Es mejor un saber portátil, en píldoras, o un conocimiento menos heterogéneo pero más riguroso y profundo?. El dilema se puede poner incluso en forma de cuento.

Recuerdo una historia que creo que pertenece al escritor inglés Saki, en la cual a un vendedor de enciclopedias, puerta a puerta, le viene a la mente la fatal idea de tocar el timbre de la puerta de un novelista para ofrecerle sus manuales. “Vea, le dice al novelista, si quiere saber sobre la población de Tashkent o lo que los grandes filósofos han pensado sobre la muerte, basta consultar el índice…”. El novelista contraataca al momento. Aquel manual no le interesa evidentemente, sin embargo, el novelista piensa, que al vendedor le podría interesar su última novela, que cuenta los amores apasionados de la duquesa de Chevreuil; y a continuación comienza a ilustrarle las infinitas ventajas, incluso desde el plano práctico, de la lectura de las historias sentimentales. El problema no ha cambiado. Si queremos aprender algo sobre la venta de valores podemos consultar el índice de la “Enciclopedia de la Bolsa y del Inversor Financiero” o bien estudiarnos y meternos entre pecho y espalda “Las Ofertas Públicas de Venta de Valores negociables”, de Cachon Blanco.

A este propósito me leí hace poco en una revista cultural que en Gran Bretaña, el libro de William Shakespeare más vendido es una selección de sus poemas más célebres. Aquí pocos leen a Oscar Wilde, sin embargo circulas muchas selecciones de sus aforismos. La impresión que se tiene es la de que si se estuviera desmigando demasiado ese pan de los ángeles que es la cultura.

Todo el saber se puede reducir en píldoras, y quizá se esté haciendo demasiado, con la idea de que pueda ser consumido, asimilado y digerido más fácilmente por el hombre de hoy, que vive absorbido por el torbellino frenético del día a día, y engullido e hipnotizado por el mundo de las imágenes y en particular de la televisión. Y es que en esta sociedad de la imagen, donde siempre, todos somos “público” de alguna manera, muchas son las ocasiones a lo largo del día, en las que nos encontramos impactados por infinitas imágenes, forzados a comprender y descodificar sus innumerables mensajes, por no hablar de la horas que consumimos delante del televisor: ese mundo paralelo, a veces inexistente, casi siempre potentísimo que convive con nosotros, crece como una planta devoradora dentro del mundo real y casi siempre termina por imponer sus leyes.

Hay medios de comunicación que parecen no tener memoria y ellos mismos se sorprenden de eventos que se reproducen eternamente, una y otra vez, siempre iguales. La memoria se enriquece con la lectura sosegada, que estimula nuestra mente y nos libra de ser ansiosos esclavos de las noticias calientes de última hora o de algunas programas robasueño de la noches televisivas. No es pecado robarle unos minutos a Crónicas Marcianas, a Gente con Chispa y a ese etc. de la misma especie y dedicarlos a la lectura. Como tampoco estaría de más introducir en nuestro apretado horario de trabajo unos minutos diarios de lectura, no de “píldoras de puesta al día”, sino de todo buen libro que nos ayude a buscar nuevos horizontes y refuerce la estructura de nuestras ideas y de nuestros sentimientos, que en definitiva, constituyen el fundamente de la dirección de empresas. La vida de los hombres, de las empresas y sus historias, no son un carillón. Son el resultado, en lo bueno y en lo malo, de una perpetua mutación producto del hacer humano en el contexto de relaciones económicas, sociales, políticas, culturales que el pasado ha producido y que los libros reflejan. Leer para no avanzar a ciegas por esos senderos en los que las sensaciones y la razón andan separadas y es mayor que nunca el divorcio entre la mente y el corazón, por un lado, y la lógica y el sentido común, por el otro. La lectura es buena compañera de viaje, nos puede ayudar a saber distinguir entre el mundo interior y exterior, entre la fantasía y la realidad y, sobre todo, hacer de brújula en nuestro navegar diario. Y es que ya se sabe, que nunca sopla buen viento para quien no sabe a dónde va.

por @mbellido

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