Vuelvo de la playa y he visto niños jugando con cometas de colores. Me he recordado de un amigo que murió hace unos años. Pablo era un anciano escultor que conocí hace muchos años en Toscana. Consiguió desde muy joven plasmar el amor perdurable en muchas de sus obras. Solíamos ir juntos a la Galleria degli Uffizi y mucho fue lo que aprendí de su mirada y de sus labios mientras me narraba la historia que se escondía detrás de cada obra. Probablemente yo tenía en aquellos años jóvenes la improbable aspiración de convertirme en artista y estando con él vivía la ingenua pretensión de que algo se me pegara. De este hombre admiraba muchas cosas y no solamente las referidas a sus capacidades artísticas. Lo observaba constantemente. Yo estaba atento a cada gesto suyo, a cada palabra, a cada mirada, a cada razonamiento. En él permanecía intacta a pesar de sus años y a pesar de la decadencia de su cuerpo por la vejez que lo arrugaba la sed de belleza. Las largas conversaciones que mantenía con él me enriquecían por la abundancia de nuevas nociones y conceptos que me ofrecía. Sus pensamientos, y así se lo escribí un día en una carta, eran como cometas en el cielo. Habíamos visitado la Sacristía de San Lorenzo en Florencia. El tiempo se había parado mientras delante de las 4 esculturas alegóricas de Miguel Ángel, que representan el día, la noche, la aurora y el crepúsculo, situadas en el sepulcro de Lorenzo, duque de Urbino y en el de Juliano, duque de Nemours, me había contado la trayectoria de su sublime autor. Permanecimos allí hasta que los conserjes nos echaron. Cuando salimos a la calle y me despedí de él, quería retener cada palabra, cada frase que había pronunciado, e imaginé en las alturas de mi pensamiento un conjunto de cometas coloradas que volaban sostenidas por los hilos de mi memoria.
A través de estas experiencias con muchos artistas que conocí en aquella época se fue enhebrando mi historia y mi formación de esos años en Toscana. Momentos con sabor a cuento navideño, de placidez primaveral o de fantasía otoñal. Momentos para todas las estaciones, repletos de sensibilidad y emociones artísticas. Momentos donde desarrollé la curiosidad por el alma de los grandes artistas. Interminables diálogos en las noches de frío invierno mientras se degustaba una buen “vinsanto”, donde el pensamiento alumbraba y calentaba aún más que la chimenea o en las noches de verano donde las palabras lucían más que las estrellas. ¡Cómo cambian los tiempos! A veces hecho de menos a Pablo, a Michel, a André, a Gianpiero, a Françoise… y a todos esos amigos que recorrieron un trozo de camino conmigo en mis años juveniles. También ellos son cometas en el cielo de mi memoria. Las cometas, se sabe, son unas especies de máquinas voladoras formadas por una estructura plana construidas de un material muy ligero y recubiertas de una vela. El conjunto se amarra a un hilo y, al ser soltado, se mantiene en el aire por la acción del viento. El hilo de mis cometas es todo lo que aprendí, gusté y amé en aquellas conversaciones entre lo bohemio y lo intelectual.

por @mbellido

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