Busco Benetnash, después Mizar y Alcor. Alioth se distingue fácilmente. Bajo la mirada y, por fin, descubro Merak y Dubhe. Trazo desde Dubhe una línea recta horizontal que une, en una especie de puente la Osa Mayor y la Osa Menor y ahí mis ojos se tropiezan con la vanidosamente luminosa Estrella Polar. Hace siglos la buscaron otros ojos para determinar el acimut y la latitud. En los dominios de Poseidón la persiguieron muchos navegantes.  De noche la tomaban como referencia. En la hora del crepúsculo se intuía que estaría situada directamente sobre el polo norte. La Cruz del Sur, constelación situada  en el extremo opuesto, les ayudaba a localizar el polo Sur. La referencia en el firmamento, sobre todo en las noches despejadas, era fundamental para establecer el rumbo.

Para admirar el cielo, se necesita algo de paciencia. Recuerdo los años vividos en la Toscana. Mi casa estaba situada a pocos kilómetros de Florencia, en el Valdarno, el valle que se desliza a lo largo del río Arno. La vivienda era una  típica casa colonial toscana probablemente del siglo XVII, situada sobre una colina en la región del Chianti,  rodeada de olivos y naturaleza virgen. Por la noche sobre un prado cercano a la casa, extendía una manta y me echaba de tal modo que la vista podía abrazar toda la bóveda celeste. Dejaba que los ojos se acostumbraran a la oscuridad, necesitaba 30 minutos aproximadamente, después poco a poco comenzaba a individuar incluso las estrellas más sombrías y pequeñas. En Agosto, llegaban  las famosas ‘lágrimas de San Lorenzo’.  Especialmente entre los días 10, 11 y 12, las “Perseidas” llovían  a millares sobre el cielo. El espectáculo estaba asegurado, sin prismáticos ni telescopios y en aquella  posición cómoda que permita ver el mayor campo de cielo posible, pasaba horas, aprovechando también del bienestar que proporcionaba un vientecillos suave que aliviaba de los calores del día.

Más de una vez en algún lugar Roma o de Brasil contemplé las estrellas con mi amigo Tico da Costa. En estos días en  que el cielo se enciende espectacularmente de estrellas, no puedo no sentir una gran nostalgia de este amigo que falleció en 2009 y que ahora contempla de cerca esas  estrella a las que un día cantó tan deliciosamente. Hago, hoy mío, el verso de una de sus canciones “Que brillen en mi camino estrellas…”

La tuya no se pagará nunca.

 

“Tico Da Costa, nació en el estado de Río Grande do Norte, en Brasil, comenzó su carrera musical en los años setenta. Llegó al Paraguay a fines de los años ochenta, al haberse casado con la paraguaya Sara Fracchia.
Sus composiciones se caracterizaban por su sencillez. Esa misma sencillez que llamó la atención del compositor minimalista norteamericano Philip Glass, con quien compartió varios conciertos. En Youtube puede verse una presentación de ambos en el Blue Note de New York, realizada en el verano boreal de 2007.

«Lo interesante sobre la música de Tico es que su técnica es altamente sofisticada y aun así sus canciones son completamente espontáneas. Sus letras son muy poéticas», había dicho Glass en una ocasión sobre la obra de Da Costa.

Pete Seeger también había dicho que su canción «Ana Bandolim» es una de las más hermosas del siglo veinte. «Lo que hiciste entre el primero y el quinto compás es increíble. Beethoven no lo hubiese hecho mejor».

Las presentaciones de Tico en New York tuvieron muy buena repercusión en el New York Times, en cuyas páginas el destacado crítico Jon Pareles elogió sus canciones. En esa ciudad norteamericana también actuó en escenarios como el Town Hall, Symphony Space y el Knitting Factory.

Grabó unos 15 discos editados en Italia, Estados Unidos, Brasil y Paraguay.

En 1999 viajó a New York con el saxofonista Palito Miranda, presentándose en el Battery Park y también en el Newport Folk Festival. Juntos grabaron un disco de chorinhos de autoría de Da Costa, con el título de «Choro Suite». El sello paraguayo Blue Caps también lanzó un disco del dúo, que incluye clásicos de la música brasileña».

por @mbellido

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