Desde hace algún tiempo cuando tomo entre las manos un objeto cualquiera, pienso que quien lo produjo, depositó en él una idea y un sentido que a menudo no es el que representa para nosotros en la apariencia  mientras lo usamos o lo miramos. Casi todos los objetos han sido fabricados con un fin y con una dosis de afecto y de pasión que desconocemos. Cuando nos paramos delante de una cosa e intentamos descubrir el sentido que le dio su creador se abre ante nosotros un horizonte mental amplísimo, incluso cargado de una emotividad insospechada.  Es como si de repente nuestro mundo interior se dilatase y al mismo tiempo ganara en calado intelectual y espiritual.

Hace unos meses presencié como un grupo de “gamberros” destrozaba una papelera en la vía pública. Ayer, otros jovencitos energúmenos desgarraban sin piedad la rama de un árbol en un jardín público, sin que ninguno de los viandantes pudiésemos hacer nada para evitarlo. Ni los destructores de la papelera apreciaban el valor, la utilidad, el coste y las ventajas de ese mobiliario público, ni los salvajes que arrancaban la rama del árbol tenían conciencia de la lista de beneficios que ofrece la naturaleza, las múltiples funciones que nos proporcionan los arboles en la ciudad o el papel vital que representan  para nuestro bienestar. No dejo de pensar en la frase de Wojtyła, “El respeto a la vida es fundamento de cualquier otro derecho, incluidos los de la libertad”

Las cosas representan nudos de relaciones con su creador y con la vida de muchas otras personas, son anillos de continuidad entre generaciones, puentes que conectan experiencias individuales y colectivas. Reflexionar de vez en cuando sobre el origen y el fin de las cosas que nos rodean es como iniciar viajes sorpresas  que nos pueden enriquecer.  Detrás de cada creación hay siempre un creador y relacionadas con el objeto creado millones de criaturas. La superficialidad con la que a menudo se vive en nuestra sociedad produce atropello y retroceso intelectual y además desconecta de la Vida.  Decía Solzhenitsin que  la precipitación y la superficialidad son las enfermedades crónicas del siglo.  La educación es un quehacer optimizador del ser humano. Buena medicina si dejara de estar politizada.

 

por @mbellido

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