Desde que en 1975 llegué a Florencia por motivos de estudio, comenzó a hervir en mi cabeza un considerable deseo de introducirme en el vasto y variado universo de la cultura renacentista, contagiándome una curiosidad intelectual que me empujó a interesarme por todo aquello que había florecido en aquel periodo tan extraordinario de la historia. Mi primer interés se centró en Giotto, quizás por el encuentro tan a diario con su campanario en la Catedral de Florencia. Él, con toda seguridad, fue quien preparó el camino, ensalzando y sublimando el ideal clásico. Seguí estudiando y el recorrido me llevó a Brunelleschi, Alberti y Masaccio quienes dieron los primeros pasos de esta nueva era. La gran plenitud se alcanzó con Rafael, Miguel Ángel y sobre todo con Leonardo de Vinci. De este genio me sedujo su energía intelectual y su curiosidad, a tal punto de hacerme vivir desde entonces en una constante peregrinación en busca de sus huellas y de sus obras. De aquel periodo también recuerdo el apasionante descubrimiento de Dante, Boccaccio o Petrarca: escritores inspirados y de gran altura intelectual, capaces de hablar por sus corazones a los corazones de los demás. Artistas de esta talla representan los más altos modelos de humanidad y de belleza que a través de las artes hemos podido conocer. Sus obras no producen solo emoción, reflexión y contemplación de la belleza, que ya es decir, son además imágenes e intuiciones reveladoras de lo Divino. Estoy seguro de que estas obras tienen, aún hoy, la capacidad de influir sobre la formación y la conciencia del ser humano. Me gusta volver una y otra vez a ellas. Pensadores, artistas, escritores y escuelas del pasado pueden hacernos descubrir a través del camino recorrido por ellos las raíces de nuestra situación actual. Necesitamos seguir cuestionándonos para seguir avanzado y sus obras nos pueden ofrecer respuestas y abrirnos a nuevas preguntas. El horizonte con el que la sociedad amanece día a día está a menudo oscurecido por nubes o pierde su nitidez con la niebla ideológica o materialista que lo invade. Si no somos tibios, nos vemos obligado a rechazar o admitir, a oponernos o identificarnos. Dejarnos llevar por la corriente, sin más, sería de necios. Los EE.UU acaban de matar a Ben Laden. Como una gran victoria se está celebrando en el mundo occidental, pero ya los islamistas radicales anuncian represalias. El riesgo es evidente, parte del mundo ha perdido la brújula de la sensatez y el radicalismo es una de las enfermedades mentales que lo azota. Afortunadamente siguen surgiendo en la historia hombres de paz que con sus vidas pueden contribuir a alumbrar esta “noche desconcertante” en la que vive sumergida parte de la humanidad. Ante más de un millón de personas, Benedicto XVI proclamó ayer beato a un Papa que recorrió el mundo con un mensaje de amor, que ayudó a liberar a muchos países del comunismo dictatorial y que nos brindó esperanza subrayando constantemente el valor supremo del ser humano, más allá de fe política y credo religioso. Si no somos tibios merece la pena hacer un alto en el camino, recapacitar y, en la medida que podamos, restituir a nuestra vida terrena la fisonomía auténtica de la esperanza, para vivir este momento histórico con un espíritu más solidario y proyectado al progreso y a la paz para toda la humanidad.

por @mbellido

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