El mundo sigue viviendo cambios y transformaciones impresionantes a todos los niveles.

El mundo es como una olla a presión donde se prepara un cocido con una infinidad de avíos: conflictos, movimientos colectivos, descubrimientos, desafíos, tensiones y dilemas. Vivimos en un territorio que se hace cada vez más pequeño, interdependiente e incierto.

Todo parece indicar que, en este contexto, los líderes políticos tendrían que realizar un constante ejercicio de reflexión, que generase futuras oportunidades, sin perder nunca de vista los valores fundamentales de la democracia, los derechos y los deberes de los ciudadanos, la idea de libertad y de emancipación de las mujeres y de los hombres, guiados por las tradiciones modernas del liberalismo o del socialismo.

Y muchos españoles se preguntan qué le pasa a nuestro presidente del Gobierno que, desde que se estableció en la Moncloa, parece estar desconectado de la realidad. ¿Por qué le costará tanto reconocer lo que los ciudadanos necesitan realmente y dedicarse a gobernar y a solucionar los problemas efectivos de los españoles? ¿Por qué ha seguido negando la crisis económica actual? ¿Se enterará que hay un problema real de paro cuando alcancemos los tres millones de desempleados? ¿Qué pensará hacer con tanta casa vacía que no se vende? ¿Y con los inmuebles en construcción que no se pueden terminar porque no hay dinero? ¿Cuántas inmobiliarias tendrán que cerrar todavía para que se entere de que el sector de la construcción está en brete? ¿Y del problema que arrastran Cajas y Bancos? ¿Qué actuación emprenderá para solucionar la financiación de los Ayuntamientos? ¿Seguirá gastando sin mesura el dinero público hasta que no haya más para seguir pagando las pensiones? ¿Qué pensará hacer con la inmigración? ¿Cómo afrontará el problema del bajo nivel de nuestra educación? ¿Se habrá enterado de que España está situada en el puesto 26 en desarrollo educativo, por debajo de casi todos los países de la UE?

Creo que pocos españoles conocen verdaderamente cuál es su línea de pensamiento, mientras que otros se preguntan si la tiene. Ya son muchos los que piensan que no está entre los líderes políticos que han llegado a heredar los frutos más sanos de la tradición intelectual europea: la inquietud erudita, la búsqueda y la defensa de la verdad, el escrúpulo filológico, el aliciente de la duda, la voluntad real y no virtual de diálogo, el espíritu crítico constructivo, la mesura en el juzgar, el sentido responsable de la complejidad de la vida.

España atraviesa un momento complicado desde el punto de vista económico y de liderazgo político.

El sentido común me hace pensar y actuar con la convicción, quizás demasiado simplista pero eficaz, de que todos los problemas tienen solución. Sólo la muerte no nos pertenece. España tiene que reconstruir, en la escuela y en la universidad, el esfuerzo y la ‘meritocracia’ como garantía de igualdad; necesita rehabilitar el trabajo como factor de emancipación y riqueza, abandonando el proteccionismo subvencionado y ‘asistencialista’ de la mal llamada política social; le urge redescubrir valores éticos como clave de un nuevo concepto de ‘política-servicio’ que aleje cualquier tentación de corrupción; indagar sobre el europeismo en sus raíces y reforzar las instituciones comunes, esforzarse en allanar los caminos del Atlántico, sin mostrar complejo de inferioridad en sus relaciones con los países americanos, si bien buscando su colaboración. En fin, proteger menos y liberalizar más, para dar protagonismo al tejido empresarial, creador de riqueza y empleo.

En este compromiso con la sociedad reconoceríamos al verdadero líder, un modelo donde inspirarse. La política no puede funcionar si los ciudadanos no comprenden el fundamento de las reglas que la guían.

Manuel Bellido

por @mbellido

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