A todos nos pasa y nos preguntamos con frecuencia: ¿habrá un modo mejor de controlar el tiempo? Ni en el trabajo, ni en la vida personal parece que somos capaces en numerosas ocasiones de intervenirlo y adecuarlo. La complejidad de la vida social se acentúa aún más gracias al milagro tecnológico de la supercomunicación. Empieza el día y ya el teléfono no para, abrimos el correo electrónico y una cascada de miles de e-mail se descargan: Spam, basura, CV, notas de prensa, cartas, recordatorios, citas, invitaciones…. Después, una ojeada a la agenda y comienzan los sobresaltos de llegar tarde a todas las citas. Así nuestra jornada se resume en correr, correr y correr. El tiempo se escapa entre los dedos y no se consigue retener, el tiempo no espera.
No espera ni en el corto ni en el medio ni en el largo plazo. Se vive proyectados a un futuro que siempre se anticipa. En la redacción se trabaja para las revistas que saldrán al kiosco el mes que viene. En las Instituciones te entregan una legislación o un plan que entrará en vigor en 2011. En la empresa hay que programar y planificar ya en las áreas contables, de marketing y de personal para el próximo año. A veces tratamos de escalonarlo, pero los imprevistos lo vuelven a hacer añicos. Es verdad que el ser humano hoy vive más tiempo, pero es también verdad que vive más acelerado.
Leo apasionadamente en este fin de semana la vida de Marco Tulio Cicerón y un libro que recoge, en latín y en italiano, “De senectute”, “De amicitia” y “De officiis”. Me entretengo en ese periodo de su vida en el que abandona el mundo de la política y se retira a Tusculum, el actual pueblo de Frascati, cerca de Roma, en medio de la campiña. En aquella casa se rodea de unos magníficos compañeros y amigos: libros. El decía que «un cuarto sin libros es como un cuerpo sin alma” o «Mis libros siempre están a mi disposición, nunca están ocupados.» Su fantástica biblioteca contiene textos de filósofos griegos, recapitulaciones de la Ley y anuarios romanos. Se había divorciado de Terencia para poco después contraer matrimonio con Publilia, una mujer más joven que su propia hija Tulia, disfruta a sus sesenta años de su tiempo libre, de la lectura, de la escritura y de su sensual compañera. Leyendo algunos pasajes tengo la impresión de que el tiempo se para en un íntimo recogimiento. Gran momento el que me ha bridado Cicerón este fin de semana parando mi tiempo y que, a la vez, me ha permitido entender la vejez, “De senectute”, como final activo de la vida, fase vital de la existencia, punto de referencia en función política. “El viejo no puede hacer lo que hace un joven; pero lo que hace es mejor”. Me ha hecho amar aún más la amistad, “De amicitia”, como punto cardinal de moralidad, como pilar donde se apoya la “nobilitas”. “¿Qué cosa más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo?” Y por último, con “De officiis” he reencontrado, y ojala no la pierda nunca, la fe en la renovación moral del ciudadano. «El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretenda hacerse superior a las leyes».
Es lunes, en el vértigo que me produce lo que ya me empuja, recordaré la máxima de Shakespeare: “Tan a destiempo llega el que va demasiado deprisa como el que se retrasa demasiado”. Aquí también es cuestión de equilibrio.

La imagen: El joven Cicerón leyendo, de Vicenzo Foppa

por @mbellido

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